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Estudio d
CAPÍTULO 4 Amados, no se crean cualquier mensaje inspirado, sino pongan a prueba los mensajes inspirados para ver si provienen de Dios, ya que han aparecido muchos falsos profetas en el mundo.
2 Así es como pueden saber si el mensaje inspirado es de Dios: todo mensaje inspirado que reconoce que Jesucristo vino como ser humano proviene de Dios. 3 Pero ningún mensaje inspirado que no reconoce a Jesús proviene de Dios. Ese es el mensaje inspirado del anticristo, el que ustedes oyeron que vendría y que ya está en el mundo.
1 Ἀγαπητοί, μὴ παντὶ πνεύματι πιστεύετε, ἀλλὰ δοκιμάζετε τὰ πνεύματα εἰ ἐκ τοῦ θεοῦ ἐστίν, ὅτι πολλοὶ ψευδοπροφῆται ἐξεληλύθασιν εἰς τὸν κόσμον. 2 Ἐν τούτῳ γινώσκετε τὸ πνεῦμα τοῦ θεοῦ· πᾶν πνεῦμα ὃ ὁμολογεῖ Ἰησοῦν Χριστὸν ἐν σαρκὶ ἐληλυθότα ἐκ τοῦ θεοῦ ἐστίν, 3 καὶ πᾶν πνεῦμα ὃ μὴ ὁμολογεῖ τὸν Ἰησοῦν ἐκ τοῦ θεοῦ οὐκ ἔστιν· καὶ τοῦτό ἐστιν τὸ τοῦ ἀντιχρίστου, ὃ ἀκηκόατε ὅτι ἔρχεται, καὶ νῦν ἐν τῷ κόσμῳ ἐστὶν ἤδη.
“Expresiones inspiradas” verdaderas y falsas. La palabra griega πνεῦμα, ατος, τό , pnéu·ma (espíritu) se usa de una manera especial en algunos escritos apostólicos. En 2 Tesalonicenses 2:2, por ejemplo, el apóstol Pablo insta a sus hermanos tesalonicenses a que no se dejen excitar o sacudir de su razón “tampoco mediante una expresión inspirada [literalmente, “espíritu”], ni mediante un mensaje verbal, ni mediante una carta como si fuera de nosotros, en el sentido de que el día de Jehová esté aquí”. Está claro que Pablo usa la palabra πνεῦμα, pnéu·ma (espíritu) en relación con ciertos medios de comunicación, como un “mensaje verbal” o una “carta”. Por este motivo, en las notas de algunas versiones leemos los siguientes comentarios sobre este texto: “El Espíritu, que, con sentido metonímico (causa por el efecto), equivale a revelación o profecía” (CJ). “El autor sagrado alude a quienes arrogándose la posesión de un carisma profético, supuestamente recibido del Espíritu Santo, se dedicaban a divulgar sus ideas personales como si vinieran de Dios” (UN). Así pues, aunque en este caso y otros similares algunas versiones traducen πνεῦμα, pnéu·ma por “espíritu”, otras muchas dicen “manifestaciones del espíritu” (BJ), “revelaciones carismáticas” (FF, Vi), “supuestas revelaciones” (NBE, TA), “anuncios proféticos” (LT), “profecía” (NVI), “inspiración” (CI, GR, SA) o “expresión inspirada” (NM).
Las palabras de Pablo aclaran que hay “expresiones inspiradas” verdaderas y las hay falsas. En 1 Timoteo 4:1, el apóstol se refiere a ambas clases cuando dice que “la expresión inspirada [del espíritu santo de Jehová] dice definitivamente que en períodos posteriores algunos se apartarán de la fe, prestando atención a expresiones inspiradas que extravían y a enseñanzas de demonios”. Este texto muestra que la fuente de las “expresiones inspiradas” falsas son los demonios. Esta idea la corrobora la visión que se dio al apóstol Juan sobre “tres expresiones inspiradas inmundas” parecidas a ranas que procedían de la boca del dragón, de la bestia salvaje y del falso profeta, y de las que se dice específicamente que son “inspiradas por demonios” y sirven para reunir a los reyes de la Tierra a la guerra en Armagedón. (Rev 16:13-16.)
Con buena razón, por lo tanto, Juan insta a los cristianos a que “prueben las expresiones inspiradas para ver si se originan de Dios”. (1Jn 4:1-3; compárese con Rev 22:6.) Luego muestra que las expresiones que en realidad son inspiradas de Dios se transmiten a través de la verdadera congregación cristiana, no de fuentes mundanas no cristianas. Por supuesto, Jehová Dios inspiró la declaración de Juan, pero, además, la carta de Juan había puesto una base sólida para decir: “El que adquiere el conocimiento de Dios nos escucha; el que no se origina de Dios no nos escucha. Es así como notamos la expresión inspirada de la verdad y la expresión inspirada del error”. (1Jn 4:6.) Lejos de ser mero dogmatismo, Juan había mostrado que tanto él como otros cristianos verdaderos manifestaban los frutos del espíritu de Dios, en particular el amor, y demostraban por su conducta correcta y habla veraz que verdaderamente ‘andaban en la luz’ en unión con Dios. (1Jn 1:5-7; 2:3-6, 9-11, 15-17, 29; 3:1, 2, 6, 9-18, 23, 24; contrástese con Tit 1:16.)
Cómo poner a prueba la profecía y su interpretación. En vista de los falsos profetas, Juan advirtió que no se creyera toda “expresión inspirada” —básicamente eso son las profecías—; más bien aconsejó que se “[probasen] las expresiones inspiradas para ver si se [originaban] de Dios”. (1Jn 4:1.) Para determinar si una expresión inspirada es de origen divino, Juan propone una doctrina, a saber, que Cristo vino en carne. Sin embargo, es obvio que no quería decir que este era el único criterio que se debía aplicar, sino simplemente citó un ejemplo de una cuestión corriente, y tal vez predominante, debatida en aquel entonces. (1Jn 4:2, 3.) Un factor determinante es: que la profecía armonice con la palabra y el propósito revelado de Dios. (Dt 13:1-5; 18:20-22.) Además, para que la profecía o su interpretación sean correctas, dicha armonía debe ser completa, no parcial. A algunos miembros de la congregación cristiana del primer siglo se les concedió el don del “discernimiento de expresiones inspiradas” (1Co 12:10), lo que les permitía autenticar una profecía. Aunque esta facultad milagrosa también cesó, es razonable que Dios todavía hiciera disponible el entendimiento correcto de la profecía por medio de la congregación, en especial en el predicho “tiempo del fin”, aunque no de manera milagrosa, sino como resultado de la investigación y el estudio diligentes y de que se compare la profecía con las circunstancias y los acontecimientos que se producen. (Compárese con Da 12:4, 9, 10; Mt 24:15, 16; 1Co 2:12-14; 1Jn 4:6)
Entonces, ¿cómo podemos determinar si estamos tratando con un amigo o con un enemigo? Pues bien, Jesús dice que las ovejas siguen al pastor “porque conocen su voz” (Juan 10:4). No es la apariencia física de él lo que hace que lo sigan; es su voz. Un libro sobre las tierras bíblicas relata que cierto visitante afirmó que las ovejas identificaban la vestimenta, no la voz. En respuesta, un pastor aseguró que era la voz lo que reconocían, y, para demostrarlo, intercambió la ropa con el extraño. Este, vestido con las prendas del pastor, llamó a las ovejas, pero ellas no se movieron. No conocían su voz. Sin embargo, cuando el pastor las llamó, todas a la vez fueron hacia él aunque llevaba otra ropa. Para las ovejas, el hecho de que alguien aparente ser un pastor no significa que lo sea. En realidad, ellas prueban la voz que las llama, es decir, la comparan con la del pastor. La Biblia nos manda hacer lo mismo: “[probar] las expresiones inspiradas para ver si se originan de Dios” (1 Juan 4:1; 2 Timoteo 1:13). ¿Qué nos ayudará a este respecto?
Lógicamente, cuanto mejor conozcamos la voz, o el mensaje, de Jehová, mejor detectaremos la voz de un extraño. La Biblia indica la forma en que adquirimos tal conocimiento: “Tus propios oídos oirán una palabra detrás de ti que diga: ‘Este es el camino. Anden en él’” (Isaías 30:21). La “palabra” que oímos detrás de nosotros proviene de la Palabra de Dios. Cada vez que la leemos, oímos, por así decirlo, la voz de nuestro Gran Pastor, Jehová (Salmo 23:1). Por lo tanto, cuanto más estudiamos las Escrituras, más familiar nos resulta la voz divina. A su vez, este profundo conocimiento nos permite detectar enseguida la voz de los extraños (Gálatas 1:8).
¿Qué más hay implicado en conocer la voz de Jehová? Además de oírla, es preciso obedecerla. Fijémonos de nuevo en Isaías 30:21. La Palabra de Dios declara: “Este es el camino”. En efecto, mediante el estudio de la Biblia escuchamos las instrucciones de Jehová, quien pasa a decirnos: “Anden en él”. Dios desea que pongamos por obra lo que oímos. Al aplicar lo que aprendemos, demostramos que no solo hemos oído Su voz, sino que además la hemos escuchado (Deuteronomio 28:1). Obedecerla también implica obedecer la voz de Jesús, pues Jehová mismo así lo ha dispuesto (Mateo 17:5). ¿Y qué nos dice Jesús, el Pastor Excelente? Nos enseña a hacer discípulos y a confiar en “el esclavo fiel y discreto” (Mateo 24:45; 28:18-20). Si obedecemos la voz de Cristo, obtendremos la vida eterna (Hechos 3:23).
Cómo rechazar las palabras sin valor. El anciano apóstol Juan dio un consejo muy oportuno sobre este asunto (1 Juan 4:1). En armonía con ese consejo, siempre animamos a la gente del territorio a comprobar si sus creencias se basan en lo que enseña la Biblia. Nosotros debemos hacer una comprobación similar. Si alguien nos hace un comentario que pone en duda las verdades bíblicas o el buen nombre de la congregación, de los ancianos o de cualquier otro hermano, no le creemos así porque sí. Más bien, nos preguntamos: “¿Está actuando conforme a lo que dice la Biblia la persona que difunde dicho comentario? ¿Fomentan sus palabras los intereses del Reino? ¿Promueven la paz en la congregación?”. Cualquier comentario que derrumbe a los hermanos en vez de edificarlos es una cosa que nada vale (2 Cor. 13:10, 11).
También los ancianos tienen presente la advertencia contra las palabras sin valor. Cuando es necesario dar consejo, recuerdan que tienen limitaciones, por lo que no se atreven a basarse en sus propios conocimientos. Saben que deben recurrir siempre a la Biblia, pues Pablo dio esta regla: “No [hay que ir] más allá de las cosas que están escritas” (1 Cor. 4:6). De modo que los ancianos no van más allá de lo que está escrito en la Biblia ni, por extensión, de lo que está escrito en las publicaciones bíblicas preparadas por el esclavo fiel y discreto.
Como hemos visto, las cosas que nada valen —sean dioses falsos, palabras u otras cosas— hacen mucho daño. Por eso, siempre le pedimos a Jehová que nos guíe para que podamos reconocerlas y rechazarlas. De este modo, hacemos nuestras las siguientes palabras del salmista: “Haz que mis ojos pasen adelante para que no vean lo que es inútil; consérvame vivo en tu propio camino” (Sal. 119:37).
Juan después muestra cómo debemos estar en guardia. ( 1 Juan 4:1.) No debemos creer en todo espíritu, o “expresión inspirada”, sino más bien debemos ‘probar las expresiones inspiradas para ver si se originan de Dios’. ¿Por qué? “Porque muchos falsos profetas han salido al mundo.” Por lo menos algunos de estos maestros engañosos estaban viajando de lugar en lugar, asociándose con varias congregaciones y tratando de “arrastrar a los discípulos tras de sí”. (Hechos 20:29, 30; 2 Juan 7.) De modo que los fieles tenían que estar en guardia.
Algunos cristianos del primer siglo tenían “discernimiento de expresiones inspiradas”, un don milagroso de la fuerza activa de Dios que evidentemente les permitía determinar si las expresiones inspiradas se originaban de Jehová. (1 Corintios 12:4, 10.) Pero la advertencia de Juan parece aplicar a los cristianos en general, y es útil hoy día cuando los apóstatas procuran subvertir la fe de los testigos de Jehová. Aunque el don del espíritu de ‘discernir expresiones inspiradas’ ha cesado, las palabras de Juan proveen los medios para determinar si los maestros son movidos por el espíritu de Dios o por las influencias demoníacas.
Note una manera de poner esto a prueba. ( 1 Juan 4:2, 3.) “Toda expresión inspirada que confiesa que Jesucristo ha venido en carne se origina de Dios.” Reconocemos que Jesús vivió como humano y que es el Hijo de Dios, y nuestra fe nos mueve a enseñar estas verdades a otras personas. (Mateo 3:16, 17; 17:5; 20:28; 28:19, 20.) “Pero toda expresión inspirada que no confiesa a Jesús no se origina de Dios.” Más bien, “ésta es la expresión inspirada del anticristo”; es decir, contra Cristo y contra las enseñanzas bíblicas acerca de él. Evidentemente, Juan y otros apóstoles habían dado advertencia de que la “expresión inspirada del anticristo” vendría. (2 Corintios 11:3, 4; 2 Pedro 2:1.) Puesto que en aquel entonces los falsos maestros amenazaban a los cristianos verdaderos, Juan pudo decir: “Ya está en el mundo”.
Este tema no era nuevo para los cristianos cuando Juan escribió sus cartas (alrededor del año 98 E.C.). En 1 Juan 2:18 se lee: “Niñitos, es la última hora, y, así como han oído que el anticristo (gr. ἀντίχριστος, ου, ὁ , an·tí·kjri·stos) viene, aun ahora ha llegado a haber muchos anticristos; del cual hecho adquirimos el conocimiento de que es la última hora”. La declaración de Juan muestra que hay muchos anticristos individuales, aunque todos juntos podrían formar una persona compuesta designada como “el anticristo”. (2Jn 7.) El uso de la expresión “hora” para referirse a un período de tiempo relativamente breve o de duración indeterminada se encuentra en otros escritos de Juan. (Véanse Jn 2:4; 4:21-23; 5:25, 28; 7:30; 8:20; 12:23, 27.) De modo que no limita la aparición, existencia y actividad del anticristo a algún tiempo futuro, más bien, dice que ya está presente e indica que seguirá existiendo. (1Jn 4:3.)
Aunque en el pasado en repetidas ocasiones se ha intentado identificar al “anticristo” con un individuo, como pudiera ser Pompeyo, Nerón o Mahoma (este último a instancias del papa Inocencio III en 1213 E.C.), o con una organización específica —según la opinión de los protestantes “el anticristo” aplica al papado—, las declaraciones inspiradas de Juan muestran que el término tiene una aplicación amplia y abarca a todos aquellos que niegan que “Jesús es el Cristo” y el Hijo de Dios que vino “en carne”. (1Jn 2:22; 4:2, 3; 2Jn 7; compárese con Jn 8:42, 48, 49; 9:22.)
El negar a Jesús como el Cristo e Hijo de Dios incluye necesariamente la negación de algunas o de todas las enseñanzas bíblicas sobre él: su origen, su lugar en el propósito de Dios, su cumplimiento de las profecías de las Escrituras Hebreas como el Mesías prometido, su ministerio, sus enseñanzas y sus profecías, así como cualquier forma de oposición a él o cualquier esfuerzo por reemplazarlo de su posición de Sumo Sacerdote y Rey asignado por Dios. Esto se ve en otros textos, que, si bien no usan el término “anticristo”, expresan en esencia la misma idea. Así, Jesús declaró: “El que no está de mi parte, contra mí está, y el que no recoge conmigo, desparrama”. (Lu 11:23.) En 2 Juan 7 se muestra que estos podrían actuar como engañadores, así que el “anticristo” incluiría a los que son “falsos Cristos” y “falsos profetas”, así como a aquellos que realizan obras poderosas en el nombre de Jesús pero que él clasifica como “obradores del desafuero”. (Mt 24:24; 7:15, 22, 23.)
Además, en vista de la regla dada por Jesús en el sentido de que cualquier cosa que se hiciese contra sus verdaderos seguidores sería como hacérsela a él (Mt 25:40, 45; Hch 9:5), el término también debe incluir a quienes los persiguen, lo que significa que debería quedar comprendida en él “Babilonia la Grande”. (Lu 21:12; Rev 17:5, 6.)
Juan menciona específicamente a los apóstatas como parte del anticristo cuando hace referencia a aquellos que “salieron de entre nosotros”, al abandonar la congregación cristiana. (1Jn 2:18, 19.) Por lo tanto, incluye al “hombre del desafuero” o “hijo de la destrucción” del que habla Pablo, así como a los “falsos maestros” que Pedro denuncia por formar sectas destructivas y que ‘repudian hasta al dueño que los compró’. (2Te 2:3-5; 2Pe 2:1.)
En la descripción simbólica de Revelación 17:8-15 y 19:19-21 se muestra que también son parte del anticristo tanto reinos como naciones y organizaciones. (Compárese con Sl 2:1, 2.). Las Escrituras muestran que todas las partes integrantes del anticristo antes mencionadas se encaminan hacia su venidera destrucción a causa de su derrotero de oposición.
4 Hijitos, ustedes provienen de Dios y los han vencido a ellos porque el que está en unión con ustedes es más grande que el que está en unión con el mundo. 5 Ellos provienen del mundo; por eso hablan de las cosas que provienen del mundo y el mundo los escucha. 6 Nosotros provenimos de Dios. El que llega a conocer a Dios nos escucha; el que no proviene de Dios no nos escucha. Así es como distinguimos entre el mensaje inspirado de la verdad y el mensaje inspirado del error.
4 Ὑμεῖς ἐκ τοῦ θεοῦ ἐστέ, τεκνία, καὶ νενικήκατε αὐτούς, ὅτι μείζων ἐστὶν ὁ ἐν ὑμῖν ἢ ὁ ἐν τῷ κόσμῳ· 5 αὐτοὶ ἐκ τοῦ κόσμου εἰσίν· διὰ τοῦτο ἐκ τοῦ κόσμου λαλοῦσιν καὶ ὁ κόσμος αὐτῶν ἀκούει. 6 ἡμεῖς ἐκ τοῦ θεοῦ ἐσμέν· ὁ γινώσκων τὸν θεὸν ἀκούει ἡμῶν, ὃς οὐκ ἔστιν ἐκ τοῦ θεοῦ οὐκ ἀκούει ἡμῶν. ἐκ τούτου γινώσκομεν τὸ πνεῦμα τῆς ἀληθείας καὶ τὸ πνεῦμα τῆς πλάνης.
La cristiandad —de hecho, todo el imperio mundial de la religión falsa— no habla el mismo lenguaje que hablan los testigos de Jehová. Es interesante que a los que hablan el lenguaje puro el apóstol Juan escribió: “Ustedes se originan de Dios, [...] y han vencido a esas personas, porque el que está en unión con ustedes es mayor que el que está en unión con el mundo. Ellos se originan del mundo; por eso hablan lo que procede del mundo y el mundo los escucha. Nosotros nos originamos de Dios. El que adquiere el conocimiento de Dios nos escucha; el que no se origina de Dios no nos escucha”. (1 Juan 4:4-6.) Los siervos de Jehová han vencido a los maestros falsos porque Dios, quien está en unión con su pueblo, “es mayor que el [Diablo, quien] está en unión con el mundo”, la sociedad humana injusta. Puesto que los apóstatas “se originan del mundo” y tienen su espíritu inicuo, “hablan lo que procede del mundo y el mundo los escucha”. Pero las personas mansas como ovejas escuchan a los que se originan de Dios, pues se dan cuenta de que el pueblo de Jehová habla el lenguaje puro de la verdad bíblica que se suministra mediante Su organización.
Se predijo una gran apostasía, y un ‘misterio de desafuero’ operaba ya en el siglo I E.C. Con el tiempo, hombres que aceptaron puestos de enseñanza en la congregación, o que se apoderaron de ellos, enseñaron muchas doctrinas falsas. Su lenguaje estuvo lejos de ser puro. Por eso surgió un compuesto “hombre del desafuero”, el clero de la cristiandad, atado a falsas tradiciones religiosas, filosofías mundanas y enseñanzas antibíblicas. (2 Tesalonicenses 2:3, 7.)
Otra manera de probar las “expresiones inspiradas” es por medio de observar quiénes las escuchan. (1 Juan 4:4-6.) Como siervos de Jehová, hemos “vencido” o superado a los falsos maestros, hemos triunfado sobre sus intentos por apartarnos de la verdad de Dios. Esta victoria espiritual ha sido posible porque Dios, quien está “en unión con” los cristianos leales, “es mayor que el Diablo, que está en unión con el mundo”, o sociedad humana injusta. (2 Corintios 4:4.) Debido a que los apóstatas “se originan del mundo” y su espíritu es inicuo, “hablan lo que procede del mundo y el mundo los escucha”. Teniendo el espíritu de Jehová, podemos detectar la naturaleza no espiritual de sus “expresiones inspiradas” y por consiguiente rechazarlas.
Pero nosotros sabemos que “nos originamos de Dios” porque “el que adquiere el conocimiento de Dios nos escucha”. Las personas mansas como ovejas reconocen que enseñamos la verdad basada en la Palabra de Dios. (Compárese con Juan 10:4, 5, 16, 26, 27.) Por supuesto, “el que no se origina de Dios no nos escucha”. Los profetas, o maestros, falsos no escucharon ni a Juan ni a otros que ‘se originaron de Dios’ e impartían instrucción espiritual sana. Por eso, “es así como notamos la expresión inspirada de la verdad y la expresión inspirada del error”. Los que componemos la familia de adoradores de Jehová hablamos el “lenguaje puro” de la verdad bíblica provista por la organización de Dios. (Sofonías 3:9.) Y por lo que decimos, las personas mansas como ovejas pueden evidenciar que somos guiados por el espíritu santo de Dios.
Juan insta a los cristianos a que “prueben las expresiones inspiradas para ver si se originan de Dios”. (1Jn 4:1-3; compárese con Rev 22:6.) Luego muestra que las expresiones que en realidad son inspiradas de Dios se transmiten a través de la verdadera congregación cristiana, no de fuentes mundanas no cristianas. Por supuesto, Jehová Dios inspiró la declaración de Juan, pero, además, la carta de Juan había puesto una base sólida para decir: “El que adquiere el conocimiento de Dios nos escucha; el que no se origina de Dios no nos escucha. Es así como notamos la expresión inspirada de la verdad y la expresión inspirada del error”. (1Jn 4:6.) Lejos de ser mero dogmatismo, Juan había mostrado que tanto él como otros cristianos verdaderos manifestaban los frutos del espíritu de Dios, en particular el amor, y demostraban por su conducta correcta y habla veraz que verdaderamente ‘andaban en la luz’ en unión con Dios. (1Jn 1:5-7; 2:3-6, 9-11, 15-17, 29; 3:1, 2, 6, 9-18, 23, 24; contrástese con Tit 1:16.)
7 Amados, sigamos amándonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. 8 El que no ama no ha llegado a conocer a Dios, porque Dios es amor. 9 Así es como el amor de Dios fue revelado en nuestro caso: Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que consiguiéramos la vida por medio de él. 10 El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio de reconciliación por nuestros pecados.
11 Amados, si Dios nos amó así a nosotros, entonces nosotros también tenemos la obligación de amarnos unos a otros. 12 A Dios nadie lo ha visto jamás. Si seguimos amándonos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor se hace perfecto en nosotros. 13 Por esto sabemos que nos mantenemos en unión con él y que él se mantiene en unión con nosotros: porque él nos ha dado su espíritu. 14 Además, nosotros mismos hemos visto que el Padre envió a su Hijo como salvador del mundo y damos testimonio de eso. 15 Si alguien reconoce que Jesús es el Hijo de Dios, Dios se mantiene en unión con él y él se mantiene en unión con Dios. 16 Y nosotros hemos llegado a conocer el amor que Dios nos tiene y creemos en ese amor.
Dios es amor, y el que permanece en el amor se mantiene en unión con Dios, y Dios se mantiene en unión con él. 17 Así es como el amor se ha hecho perfecto en nosotros para que en el día de juicio podamos hablar con confianza, porque, tal como es él, así también somos nosotros en este mundo. 18 No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor nos limita. En realidad, el que tiene temor no ha sido hecho perfecto en el amor. 19 Nosotros amamos porque él nos amó primero.
20 Si alguien dice “Yo amo a Dios” pero odia a su hermano, es un mentiroso. Porque el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. 21 Recibimos de él este mandamiento: que el que ama a Dios ame también a su hermano.
7 Ἀγαπητοί, ἀγαπῶμεν ἀλλήλους, ὅτι ἡ ἀγάπη ἐκ τοῦ θεοῦ ἐστίν, καὶ πᾶς ὁ ἀγαπῶν ἐκ τοῦ θεοῦ γεγέννηται καὶ γινώσκει τὸν θεόν. 8 ὁ μὴ ἀγαπῶν οὐκ ἔγνω τὸν θεόν, ὅτι ὁ θεὸς ἀγάπη ἐστίν. 9 ἐν τούτῳ ἐφανερώθη ἡ ἀγάπη τοῦ θεοῦ ἐν ἡμῖν, ὅτι τὸν υἱὸν αὐτοῦ τὸν μονογενῆ ἀπέσταλκεν ὁ θεὸς εἰς τὸν κόσμον ἵνα ζήσωμεν δι' αὐτοῦ. 10 ἐν τούτῳ ἐστὶν ἡ ἀγάπη, οὐχ ὅτι ἡμεῖς ἠγαπήκαμεν τὸν θεόν, ἀλλ' ὅτι αὐτὸς ἠγάπησεν ἡμᾶς καὶ ἀπέστειλεν τὸν υἱὸν αὐτοῦ ἱλασμὸν περὶ τῶν ἁμαρτιῶν ἡμῶν. 11 Ἀγαπητοί, εἰ οὕτως ὁ θεὸς ἠγάπησεν ἡμᾶς, καὶ ἡμεῖς ὀφείλομεν ἀλλήλους ἀγαπᾷν. 12 θεὸν οὐδεὶς πώποτε τεθέαται· ἐὰν ἀγαπῶμεν ἀλλήλους, ὁ θεὸς ἐν ἡμῖν μένει καὶ ἡ ἀγάπη αὐτοῦ τετελειωμένη ⇔ «ἐν ἡμῖν» ἐστίν.
13 ἐν τούτῳ γινώσκομεν ὅτι ἐν αὐτῷ μένομεν καὶ αὐτὸς ἐν ἡμῖν, ὅτι ἐκ τοῦ πνεύματος αὐτοῦ δέδωκεν ἡμῖν. 14 Καὶ ἡμεῖς τεθεάμεθα καὶ μαρτυροῦμεν ὅτι ὁ πατὴρ ἀπέσταλκεν τὸν υἱὸν σωτῆρα τοῦ κόσμου. 15 ὃς ἐὰν ὁμολογήσῃ ὅτι Ἰησοῦς (Χριστός) ἐστιν ὁ υἱὸς τοῦ θεοῦ, ὁ θεὸς ἐν αὐτῷ μένει καὶ αὐτὸς ἐν τῷ θεῷ. 16 Καὶ ἡμεῖς ἐγνώκαμεν καὶ πεπιστεύκαμεν τὴν ἀγάπην ἣν ἔχει ὁ θεὸς ἐν ἡμῖν. Ὁ θεὸς ἀγάπη ἐστίν, καὶ ὁ μένων ἐν τῇ ἀγάπῃ ἐν τῷ θεῷ μένει καὶ ὁ θεὸς ἐν αὐτῷ μένει. 17 Ἐν τούτῳ τετελείωται ἡ ἀγάπη μεθ' ἡμῶν, ἵνα παρρησίαν ἔχωμεν ἐν τῇ ἡμέρᾳ τῆς κρίσεως, ὅτι καθὼς ἐκεῖνός ἐστιν καὶ ἡμεῖς ἐσμὲν ἐν τῷ κόσμῳ τούτῳ. 18 φόβος οὐκ ἔστιν ἐν τῇ ἀγάπῃ, ἀλλ' ἡ τελεία ἀγάπη ἔξω βάλλει τὸν φόβον, ὅτι ὁ φόβος κόλασιν ἔχει, ὁ δὲ φοβούμενος οὐ τετελείωται ἐν τῇ ἀγάπῃ. 19 Ἡμεῖς ἀγαπῶμεν, ὅτι αὐτὸς πρῶτος ἠγάπησεν ἡμᾶς. 20 ἐάν τις εἴπῃ ὅτι Ἀγαπῶ τὸν θεόν, καὶ τὸν ἀδελφὸν αὐτοῦ μισῇ, ψεύστης ἐστίν· ὁ γὰρ μὴ ἀγαπῶν τὸν ἀδελφὸν αὐτοῦ ὃν ἑώρακεν, τὸν θεὸν ὃν οὐχ ἑώρακεν οὐ δύναται ἀγαπᾷν. 21 καὶ ταύτην τὴν ἐντολὴν ἔχομεν ἀπ' αὐτοῦ, ἵνα ὁ ἀγαπῶν τὸν θεὸν ἀγαπᾷ καὶ τὸν ἀδελφὸν αὐτοῦ.
Jehová es tanto el ejemplo supremo del amor como su Origen. Bien escribió el apóstol Juan: “Amados, continuemos amándonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y adquiere el conocimiento de Dios. El que no ama no ha llegado a conocer a Dios, porque Dios es amor” (1 Juan 4:7, . Como este amor es un don de Jehová, solo puede cultivarlo la persona que se acerca a él, para lo cual primero tiene que aprender con exactitud cuál es su voluntad y luego cumplirla de todo corazón (Filipenses 1:9; Santiago 4:8; 1 Juan 5:3).
En la última oración que hizo con sus once apóstoles fieles, Jesús señaló la conexión que hay entre conocer a Dios y crecer en el amor: “Yo les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté en ellos, y yo en unión con ellos” (Juan 17:26). Jesús ayudó a sus discípulos a cultivar la clase de amor que existía entre él y su Padre. Para ello, les reveló con sus palabras y obras todo lo que representa el nombre divino, es decir, la suma de las maravillosas cualidades de Dios. Por eso pudo decir: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también” (Juan 14:9, 10; 17:8).
El amor cristiano es obra del espíritu santo (Gálatas 5:22). En el Pentecostés del año 33, los primeros seguidores de Jesús recibieron el espíritu santo prometido, lo cual no solo les permitió recordar las enseñanzas de su Maestro, sino también entender mejor el significado de las Escrituras. Sin duda, esta mayor comprensión llevó a que creciera su amor a Dios (Juan 14:26; 15:26). ¿Con qué resultado? Predicaron con fervor y valentía las buenas nuevas del Reino, aun a riesgo de sus vidas (Hechos 5:28, 29).
Juan enfatiza la importancia del amor. ( 1 Juan 4:7, 8.) A los cristianos “amados” se les exhorta a ‘continuar amándose unos a otros, porque el amor es de Dios’, Jehová es la Fuente de este amor. “Todo el que ama ha nacido de Dios [como persona engendrada por espíritu] y adquiere el conocimiento de Dios”, conociendo las cualidades y los propósitos de Jehová y cómo él expresa amor. Hoy día, la “gran muchedumbre” de “otras ovejas” de Cristo también ha adquirido este “conocimiento de Dios”.
Conocer a Dios significa que verdaderamente apreciamos sus cualidades, lo amamos completamente y nos adherimos a él como nuestro Soberano. Pero “el que no ama no ha llegado a conocer a Dios”. Las personas que no despliegan amor cristiano no han “llegado a conocer a Dios, porque Dios es amor”. Sí, el amor es la cualidad dominante de Jehová y se manifiesta en sus provisiones espirituales y materiales a favor de la humanidad.
Lo que se menciona después es la mayor prueba de que “Dios es amor”. ( 1 Juan 4:9, 10.) Juan dice: “Por esto el amor de Dios fue manifestado en nuestro caso [como pecadores merecedores de muerte], porque Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que nosotros consiguiéramos la vida mediante él”. Jesús es el “Hijo unigénito” de Jehová puesto que él fue el único creado directamente por Dios. (Juan 1:1-3, 14; Colosenses 1:13-16.) Además, Jesús ‘fue enviado al mundo’ al ser hecho humano, llevar a cabo su ministerio públicamente y entonces morir una muerte sacrificatoria. (Juan 11:27; 12:46.) El que ‘consigamos la vida eterna mediante él’ —ya sea en el cielo o en la Tierra— exige que ejerzamos fe en el mérito de su sacrificio de rescate.
Aún siendo nosotros pecadores que no amábamos a Dios, “él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio propiciatorio por nuestros pecados”. El sacrificio de Cristo hizo posible que consiguiéramos una restauración de buenas relaciones con Dios. (Romanos 3:24, 25; Hebreos 2:17.) ¿Aprecia usted esta manifestación superlativa de amor inmerecido de parte de nuestro Padre celestial?
El amor que Dios nos tiene debería afectar nuestra actitud hacia otras personas. ( 1 Juan 4:11-13.) Ya que él nos amó aún siendo nosotros pecadores, “nosotros mismos estamos obligados a amarnos unos a otros”. De entre los humanos, “nadie ha contemplado a Dios nunca”. De modo que no podemos decir que amamos a Jehová porque lo hayamos visto. (Éxodo 33:20; Juan 1:18; 4:24.) No obstante, al desplegar amor mostramos que amamos la Fuente de esta cualidad. Nuestro amor fraternal es prueba de que “Dios permanece en nosotros y su amor se perfecciona”, o alcanza su completa expresión en nosotros. Además, sabemos que “estamos permaneciendo en unión” con Jehová “porque él nos ha impartido su espíritu”. Nuestro despliegue de amor fraternal es prueba de que el espíritu de Jehová opera en nosotros, pues el amor es uno de sus frutos. (Gálatas 5:22, 23.) Esto indica que conocemos a Dios y tenemos su aprobación.
Hay aún más evidencia de que estamos “en unión con Dios”. ( 1 Juan 4:14-16a.) Habiendo “contemplado” lo que Jesús hizo en la Tierra y cuánto sufrió a favor de la humanidad, Juan podía ‘dar testimonio de que el Padre había enviado a su Hijo como Salvador del mundo’ de la humanidad pecaminosa. (Juan 4:42; 12:47.) Además, ‘Dios permanece en unión con nosotros y nosotros con él’ si hacemos confesión sincera de que Jesucristo es su Hijo. Esto exige que ejerzamos fe y demos testimonio público de que Jesús es el Hijo de Dios. (Juan 3:36; Romanos 10:10.) Nuestra confianza en “el amor que Dios tiene en nuestro caso” es evidencia adicional de que nosotros, seamos miembros del resto ungido o de las “otras ovejas”, estamos en unión con Jehová.
El siguiente punto que Juan señala es que el amor puede ser “perfeccionado”. ( 1 Juan 4:16b, 17.) Se nos recuerda que “Dios es amor”. Debido a que ‘permanecemos en el amor’, desplegando este fruto del espíritu de Jehová, ‘permanecemos en unión con Dios’. Si el amor a Jehová “ha sido perfeccionado con nosotros”, habiendo alcanzado completa expresión hacia él, entonces amaremos a nuestros compañeros creyentes. (Compárese con el versículo 12.) El amor “perfecto” también promueve la “franqueza de expresión” para dirigirnos a Dios en oración ahora y “en el día del juicio”, el cual está asociado con la presencia de Cristo. Las personas que despliegan dicho amor no tendrán razón alguna para temer que el juicio de Dios les sea adverso. Si desplegamos amor, “tal como es ése [Jesús], así somos nosotros mismos en este mundo”. Sí, somos semejantes a él al disfrutar del favor de Dios como hijos suyos en este mundo de la humanidad alejada de Dios.
Las personas cuyo amor ha sido “perfeccionado” no experimentan el temor que restringe la oración. ( 1 Juan 4:18, 19.) “El temor ejerce una restricción” que nos impediría abordar abiertamente a Jehová. Así que, si experimentamos dicho temor, entonces ‘no hemos sido perfeccionados en el amor’. Pero si hemos ‘sido perfeccionados en el amor’, esta cualidad llena nuestro corazón, nos impulsa a efectuar la voluntad divina y nos mueve a mantenernos cerca de nuestro Padre celestial mediante la oración. Ciertamente tenemos razón para amar a Jehová y dirigirnos a él en oración, pues, tal como Juan dice, ‘amamos, porque Dios nos amó primero’.
Por supuesto, el meramente decir que amamos a Dios no es suficiente. (1 Juan 4:20, 21.) Cualquiera que diga: “Yo amo a Dios”, mientras que odia a su hermano espiritual “es mentiroso”. Puesto que podemos ver a nuestro hermano y observar sus características piadosas, el mostrarle amor debería ser más fácil que el amar a un Dios invisible. En efecto, “el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede estar amando a Dios, a quien no ha visto”. Por eso es razonable que obedezcamos este “mandamiento”: “Que el que ama a Dios esté amando también a su hermano”.
¿Cómo han manchado la reputación de Dios con sus actos?.- Las religiones falsas no tratan a las personas como las trata Jehová. La Biblia dice que “sus pecados se han acumulado hasta el cielo” (Apocalipsis 18:5). Las religiones llevan siglos metiéndose en asuntos políticos, apoyando guerras y causando o aprobando la muerte de muchísimas personas. Algunos líderes religiosos viven rodeados de lujos y les exigen dinero a los miembros de su religión para mantener ese estilo de vida. Esos actos demuestran que ni siquiera conocen a Dios. Así que ¿cómo van a ser sus representantes? ( 1 Juan 4:8).
El apóstol Juan escribe: “Dios es amor”. (1Jn 4:8.) Él es la mismísima personificación del amor y esta es su cualidad dominante. Sin embargo, no es cierta la idea que comunica la inversión de la frase, es decir, ‘el amor [la cualidad abstracta] es Dios’. En la Biblia, Dios se manifiesta como una Persona y habla en sentido figurado de sus “ojos”, sus “manos”, su “corazón”, su “alma”, etc. También tiene otros atributos, como la justicia, el poder y la sabiduría. (Dt 32:4; Job 36:22; Rev 7:12.) Por otra parte, tiene la capacidad de odiar, una cualidad completamente opuesta al amor. Su amor a la justicia exige que odie la iniquidad. (Dt 12:31; Pr 6:16.) El amor incluye sentir y expresar afecto personal, algo que solo una persona puede hacer o que solo se puede mostrar a una persona. Por supuesto, Jesucristo, el Hijo de Dios, no es una cualidad abstracta, y él dijo que había estado con su Padre, trabajando con Él, agradándole y escuchándole, y que los ángeles contemplan el rostro de su Padre, todo lo cual sería imposible si Dios fuese simplemente una cualidad abstracta. (Mt 10:32; 18:10; Jn 5:17; 6:46; 8:28, 29, 40; 17:5.)
La prueba de su amor. Hay abundante prueba de que Jehová, el Creador y Dios del universo, es amor. Esta se puede ver en la misma creación física. ¡Con qué cuidado tan extraordinario ha sido hecha para la salud, el placer y el bienestar del hombre! El ser humano no solo está hecho para existir, sino para disfrutar de comer, para deleitarse en contemplar el color y la belleza de la creación, para disfrutar de los animales y en especial de la compañía de sus semejantes, y para gozar de los otros incontables deleites de la vida. (Sl 139:14, 17, 18.) Pero Dios ha desplegado su amor aún más al hacer al hombre a su imagen y semejanza (Gé 1:26, 27), con facultad para la espiritualidad y capacidad de amar, así como al revelarse a la humanidad por medio de su Palabra y su espíritu santo. (1Co 2:12, 13.)
El amor de Jehová a la humanidad es el de un Padre a sus hijos. (Mt 5:45.) Él no escatima nada que sea para su bien, sin importar lo que le cueste; su amor trasciende de todo lo que nosotros podamos sentir o expresar. (Ef 2:4-7; Isa 55:8; Ro 11:33.) Su mayor manifestación de amor, lo más sublime que un padre puede hacer, fue lo que Él hizo por la humanidad: dar la vida de su fiel Hijo unigénito. (Jn 3:16.) El apóstol Juan escribe: “En cuanto a nosotros, amamos, porque él nos amó primero”. (1Jn 4:19.) Por consiguiente, Él es la Fuente del amor. Pablo, coapóstol de Juan, también dice: “Porque apenas muere alguien por un hombre justo; en realidad, por el hombre bueno, quizás, alguien hasta se atreva a morir. Pero Dios recomienda su propio amor a nosotros en que, mientras todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”. (Ro 5:7, 8; 1Jn 4:10.)
El amor perdurable de Dios. El amor de Jehová por sus siervos fieles es perdurable; no falla ni disminuye, prescindiendo de las circunstancias en las que se hallen —desahogadas o acuciantes— o de las incidencias —grandes o pequeñas— que pudieran sobrevenirles. A este respecto Pablo dijo: “Porque estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni gobiernos, ni cosas aquí ahora, ni cosas por venir, ni poderes, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra creación podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús nuestro Señor”. (Ro 8:38, 39.)
La soberanía de Dios basada en el amor. Jehová se gloría en el hecho de que tanto su soberanía como el apoyo que le dan sus criaturas se basa principalmente en el amor. Solo desea como súbditos a aquellos que aman Su soberanía y la prefieren a cualquier otra por sus excelentes cualidades y porque es justa. (1Co 2:9.) Dichas personas escogen servir bajo Su soberanía más bien que intentar la independencia, ya que al conocerle, reconocen que Jehová es muy superior a ellas en amor, justicia y sabiduría. (Sl 84:10, 11.) El Diablo fracasó en este respecto, ya que con egotismo buscó su propia independencia, como hicieron Adán y Eva. De hecho, desafió la manera de gobernar de Dios, diciendo en realidad que no era ni amorosa ni justa (Gé 3:1-5), y que las criaturas no le servían por amor, sino por egoísmo. (Job 1:8-12; 2:3-5.)
Jehová Dios le ha permitido vivir y poner a prueba a sus siervos, incluso a su Hijo unigénito, hasta el extremo de causarles la muerte. Dios predijo que Jesucristo le sería leal. (Isa 53.) ¿Cómo podía comprometer su palabra por su Hijo? Por amor. Jehová conocía a su hijo y sabía del amor que este le tenía y de su amor por la rectitud. (Heb 1:9.) Conocía a su Hijo muy íntimamente y a cabalidad. (Mt 11:27.) Tenía absoluta confianza en su lealtad. Más aún, como dice la Biblia, ‘El amor es un vínculo perfecto de unión’. (Col 3:14.) Es el vínculo más fuerte del universo, pues une al Padre y al Hijo inseparablemente. Por razones similares a estas, Jehová puede confiar en su organización, compuesta de personas que le sirven, pues sabe que cuando sean probadas, la mayoría de ellas se mantendrán adheridas a Él, inconmovibles, y que, como organización, nunca se separarán de Él. (Sl 110:3.)
¿Cómo es Jesús el “Hijo unigénito”?.-La Biblia llama a Jesús el “Hijo unigénito” de Dios. (Juan 1:14; 3:16, 18; 1 Juan 4:9.) Los trinitarios dicen que, puesto que Dios es eterno, también el Hijo de Dios es eterno. Pero ¿cómo puede alguien ser hijo y a la misma vez tener la misma edad de su padre?
Los trinitarios alegan que, en el caso de Jesús, el término “unigénito” no encierra en sí el mismo sentido de la definición del diccionario para “engendrar”, que es “procrear, propagar la propia especie” (Diccionario de la lengua española, 1984). Dicen que en el caso de Jesús tiene “el sentido de una relación inoriginada”, un tipo de relación de hijo único sin el engendramiento (Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento, por W. E. Vine). ¿Le parece lógico eso? ¿Puede un hombre pasar vida a un hijo sin engendrarlo?
Además, ¿por qué usa la Biblia la mismísima palabra griega para “unigénito” (como admite Vine sin explicación alguna) al describir la relación de Isaac con Abrahán? Hebreos 11:17 dice que Isaac era el “hijo unigénito” de Abrahán. No cabe duda de que, en el caso de Isaac, él era unigénito en el sentido normal, sin ser igual en tiempo ni posición a su padre.
La palabra griega básica para “unigénito” que se usa para aludir a Jesús e Isaac es μονογενής, ές , mo·no·gue·nés, de mo·nos, que significa “único”, y γίνομαι, guí·no·mai, raíz que significa “generar”, “llegar a ser (llegar a existir)”, declara la Exhaustive Concordance de Strong. Por lo tanto, μονογενής, mo·no·gue·nés se define como: “Único nacido, único engendrado, o sea, hijo único” (A Greek and English Lexicon of the New Testament, por E. Robinson).
El Theological Dictionary of the New Testament, publicado por Gerhard Kittel, dice: “[ μονογενής, ές ,Mo·no·gue·nés] significa ‘de descendencia única’, o sea, sin hermanos o hermanas”. Este libro también declara que en Juan 1:18; 3:16, 18 y 1 Juan 4:9 “la relación de Jesús no solo se compara con la de un hijo único con su padre. Es la relación del unigénito con el Padre”.
Así que la vida de Jesús, el Hijo unigénito, tuvo comienzo. Y al Dios Todopoderoso se le puede llamar con razón su Engendrador, o Padre, en el mismo sentido que un padre terrestre, como Abrahán, engendra un hijo. (Hebreos 11:17.) Por lo tanto, cuando la Biblia dice que Dios es el “Padre” de Jesús, quiere decir lo que dice: que son dos seres distintos y separados. Dios es el mayor, Jesús es el menor... en términos de tiempo, posición, poder y conocimiento.
Cuando uno toma en cuenta que Jesús no fue el único hijo celestial creado por Dios en los cielos, queda patente por qué se usó en su caso el término “Hijo unigénito”. A una cantidad innumerable de otros seres celestiales creados —ángeles— se les llama también “hijos de Dios”, con el mismo sentido que aplicaba a Adán el término, porque la fuerza de vida en ellos había provenido de Jehová Dios, la Fuente de la vida. (Job 38:7; Salmo 36:9; Lucas 3:38.) Pero todos estos seres celestiales fueron creados mediante el “Hijo unigénito”, el único que fue engendrado directamente por Dios. (Colosenses 1:15-17.)
La propiciación satisface la justicia. Todavía tenía que satisfacerse la justicia. Aunque el hombre había sido creado perfecto, perdió esta condición cuando pecó, y tanto él como sus descendientes llegaron a estar bajo la condenación de Dios. La justicia y la fidelidad a los principios de rectitud requerían que Dios ejecutara la sentencia de su ley contra el desobediente Adán. No obstante, el amor movió a Dios, a proporcionar un modo de satisfacer la justicia para que, sin violarla, la descendencia arrepentida del pecador Adán pudiera ser perdonada y consiguiera la paz con Dios. (Col 1:19-23.) Por lo tanto, Jehová “envió a su Hijo como sacrificio propiciatorio por nuestros pecados”. (1Jn 4:10; Heb 2:17.) La propiciación mueve a la consideración propicia o favorable. El sacrificio propiciatorio de Jesús elimina la razón por la que Dios tiene que condenar a los hombres y hace posible que les extienda favor y misericordia. Esta propiciación elimina el cargo de pecado y la condena de muerte resultante en el caso del Israel espiritual y de todos los demás que se valgan de ella. (1Jn 2:1, 2; Ro 6:23.)
La idea de la sustitución sobresale en ciertos textos bíblicos relativos a la expiación. Por ejemplo, Pablo observó que “Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras” (1Co 15:3), y que “Cristo, por compra, nos libró de la maldición de la Ley, llegando a ser una maldición en lugar de nosotros, porque está escrito: ‘Maldito es todo aquel que es colgado en un madero’”. (Gál 3:13; Dt 21:23.) Pedro comentó: “Él mismo cargó con nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero, para que acabáramos con los pecados y viviéramos a la justicia. Y ‘por sus heridas ustedes fueron sanados’”. (1Pe 2:24; Isa 53:5.) Pedro también escribió: “Cristo murió una vez para siempre respecto a pecados, un justo por injustos, para conducirlos a ustedes a Dios”. (1Pe 3:18.)
La base para la reconciliación. Únicamente puede haber una reconciliación completa con Dios por medio del sacrificio de rescate de Cristo Jesús; él es “el camino” y nadie va al Padre sino por él. (Jn 14:6.) Su muerte sirvió de “sacrificio propiciatorio [gr. hi·la·smón] por nuestros pecados”. (1Jn 2:2; 4:10.) La palabra hi·la·smós significa “medio de apaciguamiento; expiación”. Está claro que el sacrificio de Jesucristo no era un “medio de apaciguamiento” en el sentido de que calmara los sentimientos heridos que Dios pudiera tener o le aplacara, pues es patente que la muerte de su amado Hijo no produciría tal efecto. Más bien, ese sacrificio apaciguó o satisfizo las exigencias de la justicia perfecta de Dios al sentar la base recta y justa para el perdón del pecado, a fin de que Dios “sea justo hasta al declarar justo al hombre [pecaminoso por herencia] que tiene fe en Jesús”. (Ro 3:24-26.) Al suministrar el medio para la expiación o compensación completa de los pecados y acciones ilícitas humanas, el sacrificio de Cristo creó una situación propicia para que a partir de ese momento el hombre procurara y consiguiera restablecer una buena relación con el Dios Soberano. (Ef 1:7; Heb 2:17)
Así que, por medio de Cristo, Dios ha abierto el camino que le permite “reconciliar de nuevo consigo mismo todas las otras cosas, haciendo la paz mediante la sangre que [Jesús] derramó en el madero de tormento”. Como resultado, los que en un tiempo estaban “alejados y eran enemigos” debido a que tenían la mente fija en la maldad podían beneficiarse de la reconciliación, que se logra “por medio del cuerpo carnal de [Jesús] mediante su muerte”, lo que permite que se les presente “santos y sin tacha y no expuestos a ninguna acusación delante de él”. (Col 1:19-22.) A partir de ese momento, Jehová Dios podía ‘declarar justos’ a los que seleccionase para ser sus hijos espirituales, quienes no estarían bajo ninguna acusación, pues ya estaban completamente reconciliados con Dios y en paz con Él. (Compárese con Hch 13:38, 39; Ro 5:9, 10; 8:33.)
¿Qué palabra griega usó Pablo en 1 Corintios 13:13, donde mencionó la fe, la esperanza y el amor y dijo que “el mayor de estos es el amor”? Aquí la palabra es ἀγάπη, ης, ἡ ,a·gá·pe, la misma que usó el apóstol Juan cuando dijo: “Dios es amor”. (1 Juan 4:8, 16.) Este es un amor guiado o regido por principios. Puede que incluya cariño y afecto, o puede que no, pero es una emoción altruista o un sentimiento hacia hacer el bien a los demás prescindiendo de si lo merecen o no, o de si el dador recibe o no beneficios en cambio. Esta clase de amor hizo que Dios diera lo que más atesoraba su corazón, su Hijo unigénito, Jesucristo, “para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna”. (Juan 3:16.) Como bien nos recuerda Pablo: “Apenas muere alguien por un hombre justo; en realidad, por el hombre bueno, quizás, alguien hasta se atreva a morir. Pero Dios recomienda su propio amor a nosotros en que, mientras todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”. (Romanos 5:7, 8.) Sí, ἀγάπη, a·gá·pe hace el bien a otros sin tomar en consideración la posición que ocupan en la vida ni el costo por expresar tal amor.
El apóstol Juan muestra que el amor de Dios se hace perfecto en los cristianos que permanecen en unión con Él, observan la palabra de su Hijo y se aman unos a otros. (1Jn 2:5; 4:11-18.) Este amor perfecto echa fuera el temor y concede “franqueza de expresión”. El contexto muestra que Juan se refiere en este pasaje a la “franqueza de expresión para con Dios”, franqueza que habría de tenerse, por ejemplo, al orar. (1Jn 3:19-22; compárese con Heb 4:16; 10:19-22.) La persona en la que el amor de Dios alcanza una expresión plena, puede acercarse a su Padre celestial confiado, sin sentirse condenado en su corazón como si fuera un hipócrita o estuviera desaprobado. Sabe que observa los mandamientos de Dios y hace lo que le agrada a su Padre, por lo que se siente libre tanto para expresarse como para hacer sus peticiones a Jehová. No se siente como si Dios le restringiera el privilegio de lo que puede decir o pedir. (Compárese con Nú 12:10-15; Job 40:1-5; Lam 3:40-44; 1Pe 3:7.) Tampoco se inhibe por temores mórbidos ni se encamina al “día del juicio” con remordimientos de conciencia o algo que ocultar. (Compárese con Heb 10:27, 31.) Al contrario, igual que un niño que no teme pedir algo a sus amorosos padres, el cristiano en quien el amor está plenamente desarrollado se siente seguro de que “no importa qué sea lo que pidamos conforme a su voluntad, él nos oye. Además, si sabemos que nos oye respecto a cualquier cosa que estemos pidiendo, sabemos que hemos de tener las cosas pedidas porque se las hemos pedido a él”. (1Jn 5:14, 15.)
Sin embargo, este ‘amor perfecto’ no echa fuera todo temor. No elimina el temor reverencial y filial a Dios, que nace de un profundo respeto por la posición que Él ocupa, su poder y su justicia. (Sl 111:9, 10; Heb 11:7.) Tampoco suprime el temor normal, gracias al cual una persona puede evitar el peligro y proteger su vida, ni el temor causado por un peligro repentino. (Compárese con 1Sa 21:10-15; 2Co 11:32, 33; Job 37:1-5; Hab 3:16, 18.)
Además, la unidad completa se consigue por medio del “vínculo perfecto” del amor, lo que hace que los verdaderos cristianos sean “perfeccionados en uno”. (Col 3:14; Jn 17:23.) Naturalmente, esta perfección también es relativa y no significa que desaparecerán todas las diferencias de personalidad, como aptitudes, hábitos, conciencia y otros factores individuales afines. Sin embargo, cuando se alcanza, su plenitud conduce a acción, creencia y enseñanza unificadas. (Ro 15:5, 6; 1Co 1:10; Ef 4:3; Flp 1:27.)
Según el contexto, Juan hablaba de la franqueza de expresión, específicamente de la relación entre el amor a Dios y la franqueza de expresión para con él. Esta conclusión se desprende de lo que leemos en el versículo 17: “Así es como el amor ha sido perfeccionado con nosotros, para que tengamos franqueza de expresión en el día del juicio”. La intensidad con la que el cristiano ama a Dios y percibe el amor de Dios hacia él influye directamente en el grado de franqueza de expresión que tiene al dirigirse a Jehová en oración.
La expresión (ἡ ἀγάπη αὐτοῦ τετελειωμένη,he agapé autú teteleiomené, del verbo τελειόω ; completar, perfeccionar) traducida “amor perfecto” es significativa, pues en la Biblia la palabra “perfecto” no siempre significa perfección en sentido absoluto, es decir, hasta el máximo grado, sino en sentido relativo. Por ejemplo, en su Sermón del Monte, Jesús dijo: “Ustedes, en efecto, tienen que ser perfectos, como su Padre celestial es perfecto”. Lo que Jesús quiso enseñar a sus seguidores es que si solo amaban a quienes los amaban a ellos, su amor sería incompleto, deficiente y defectuoso. Debían perfeccionar o hacer pleno su amor amando incluso a sus enemigos. De igual manera, cuando Juan escribió acerca del “amor perfecto”, se refería a un amor sincero a Dios, plenamente desarrollado y que abarcase todo aspecto de la vida (Mateo 5:46-48; 19:20, 21).
Cuando el cristiano se dirige a Dios en oración, es muy consciente de su pecaminosidad e imperfección. Sin embargo, si ama a Dios plenamente y con la misma intensidad percibe que Jehová lo ama, no teme que se le condene o rechace. Al contrario, expresa con franqueza lo que hay en su corazón y pide perdón sobre la base del sacrificio redentor que Dios, por amor, suministró mediante Jesucristo. Está seguro de que Dios oye favorablemente sus peticiones.
¿Cómo podemos ser ‘perfeccionados en el amor’ y así ‘echar fuera el temor’ a ser condenados o rechazados? “Cualquiera que sí observa [la] palabra [de Dios], verdaderamente en esta persona el amor a Dios ha sido perfeccionado”, dijo el apóstol Juan (1 Juan 2:5). Medite en lo siguiente: si Dios nos ama a pesar de que somos pecadores, ¿no nos amará aún más si nos arrepentimos de verdad y ‘observamos su palabra’ con diligencia? (Romanos 5:8; 1 Juan 4:10.) En realidad, mientras nos mantengamos fieles, podemos tener la misma seguridad que tenía Pablo cuando dijo acerca de Dios: “El que ni aun a su propio Hijo perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿por qué no nos dará bondadosamente también con él todas las demás cosas?” (Romanos 8:32).
Por tanto si comparamos, primera de Juan 4:18 nos dice: “No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor” y la declaración de Pedro escribió: “Tengan amor a toda la asociación de hermanos, estén en temor de Dios”. (1 Pedro 2:17.) Armonizamos estos dos versículos si vemos el contexto. La clave está en que los dos apóstoles hablaban de diferentes clases de temor.
Veamos primero el consejo de Pedro. El contexto indica que Pedro estaba dando consejo inspirado a sus compañeros cristianos sobre la actitud que deberían tener con respecto a las personas que ocupan puestos de autoridad. En otras palabras: hablaba de cómo debe considerarse la sujeción en ciertos ámbitos. Por ello, aconsejó a los cristianos que se sujetaran a los hombres que ostentaban cargos de autoridad en los gobiernos humanos, como los reyes y los gobernadores. (1 Pedro 2:13, 14.) Más adelante, Pedro escribe: “Honren a hombres de toda clase, tengan amor a toda la asociación de hermanos, estén en temor de Dios, den honra al rey”. (1 Pedro 2:17.)
En vista del contexto, está claro que cuando Pedro escribió que los cristianos debían estar “en temor de Dios”, quiso decir que debían tener un respeto profundo y reverencial a Dios, un temor de desagradar a la autoridad suprema. (Compárese con Hebreos 11:7.)
¿Qué puede decirse de las palabras del apóstol Juan? Unos versículos antes, en el mismo capítulo 4, el apóstol habla de la necesidad de poner a prueba “las expresiones inspiradas”, como las que proceden de los falsos profetas. Esas expresiones de ningún modo se originan de Jehová Dios; proceden del mundo inicuo o reflejan su espíritu.
Ahora bien, los cristianos ungidos “se originan de Dios”. (1 Juan 4:1-6.) Por ello, Juan los exhortó del siguiente modo: “Amados, continuemos amándonos unos a otros, porque el amor es de Dios”. Dios tomó la iniciativa en la manifestación del amor, pues “envió a su Hijo como sacrificio propiciatorio por nuestros pecados”. (1 Juan 4:7-10.) ¿Cuál debería ser nuestra respuesta?
Sin duda, deberíamos permanecer en unión con nuestro Dios de amor. No debería darnos miedo ni deberíamos temblar ante la perspectiva de acercarnos a él en oración. Un poco antes, Juan aconsejó: “Si nuestro corazón no nos condena, tenemos franqueza de expresión para con Dios; y cualquier cosa que le pedimos la recibimos de él, porque estamos observando sus mandamientos”. (1 Juan 3:21, 22.) En efecto, una buena conciencia nos da la libertad de acercarnos a Dios sin que el temor nos paralice o nos cohíba. Amamos a Jehová y nos sentimos libres de dirigirnos o acercarnos a él en oración. A este respecto, “no hay temor en el amor”.
Combinemos ahora las dos ideas. El cristiano debe tener siempre un temor reverencial a Jehová, que emana de un profundo respeto a su posición, poder y justicia. Pero también amamos a Dios como nuestro Padre y nos sentimos cerca de él y con libertad de hablarle. No nos cohíbe ningún pavor y confiamos en que podemos acercarnos a él, como un niño se siente libre de acercarse a su padre que lo ama. (Santiago 4:8.)
¿Qué más pueden hacer ustedes, padres, para que sus hijos aprendan a amar a Jehová? Tener presentes las siguientes palabras del apóstol Juan: “Si alguno hace la declaración: ‘Yo amo a Dios’, y sin embargo está odiando a su hermano, es mentiroso. Porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede estar amando a Dios, a quien no ha visto” (1 Juan 4:20, 21). Por tanto, si enseñan a los hijos a amar a sus hermanos cristianos, también les estarán enseñando a amar a Dios. Pregúntense: “¿Cuál es el tono dominante de mis comentarios sobre la congregación? ¿Es un tono positivo, o crítico?”. Para determinarlo, presten mucha atención a lo que dicen sus hijos sobre las reuniones y los miembros de la congregación. Los comentarios de ellos seguramente reflejarán lo que piensan ustedes
La lealtad a Jehová Dios también exige que seamos leales a sus siervos en la Tierra, nuestros compañeros cristianos. El apóstol Juan señala esto claramente al recordarnos lo siguiente: “El que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede estar amando a Dios, a quien no ha visto”. (1 Juan 4:20.) Las imperfecciones de otros pudieran someter a prueba nuestra lealtad a este respecto. Por ejemplo, algunos que se han sentido ofendidos han manifestado cierta debilidad en su lealtad a la organización de Jehová al dejar de asistir a las reuniones cristianas. Otra prueba de la lealtad a nuestros hermanos surge cuando personas a quienes Jehová utiliza para llevar la delantera cometen un error de juicio. A veces algunos han usado esas equivocaciones como excusa para resentirse y desasociarse de la organización visible de Jehová. Pero ¿está justificado su proceder? ¡De ninguna manera!
¿Por qué no están justificadas esas personas al abandonar la organización de Dios? Porque Su Palabra nos asegura: “Paz abundante pertenece a los que aman tu ley [la de Jehová], y no hay para ellos tropiezo”. (Salmo 119:165.) También, se nos manda que ‘tengamos amor intenso unos para con otros, porque el amor cubre una multitud de pecados’. (1 Pedro 4:8; Proverbios 10:12.) Además, suponga que alguien fuera a separarse del pueblo de Jehová. ¿Adónde iría? ¿No se encara con la misma cuestión que afrontaron los apóstoles de Jesús cuando él les preguntó si también querían dejarlo? Bien respondió el apóstol Pedro: “Señor, ¿a quién nos iremos? Tú tienes dichos de vida eterna”. (Juan 6:68.) Solo se podría ir a “Babilonia la Grande”, el imperio mundial de la religión falsa, o a las garras de la “bestia salvaje” política de Satanás. (Revelación 13:1; 18:1-5.) En la mayoría de los casos los desleales que han abandonado la organización visible de Jehová han hecho causa común con los que se hallan en “Babilonia la Grande”, que deshonra a Dios.
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