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Estudio de la 1ª carta de Juan.  Capítulo   3 

 CAPÍTULO 3 ¡Miren qué amor tan grande nos tiene el Padre que se nos llama hijos de Dios! Y eso es lo que somos. Por eso el mundo no nos conoce, porque no ha llegado a conocerlo a él. 2 Amados, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando él sea manifestado seremos como él, porque lo veremos tal como es. 3 Y todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, pues él es puro.

 

 

1 δετε ποταπν γάπην δέδωκεν μν  πατρ να τέκνα θεο κληθμεν, καί σμέν. δι τοτο  κόσμος ο γινώσκει μς τι οκ γνω ατόν. 2 γαπητοί, νν τέκνα θεο σμέν, κα οπω φανερώθη τί σόμεθα. οδαμεν τι ἐὰν φανερωθ μοιοι ατ σόμεθα, τι ψόμεθα ατν καθώς στιν. 3 κα πς  χων τν λπίδα ταύτην π' ατ γνίζει αυτν καθς κενος γνός στιν

 

    En 1 Juan 3:1, el apóstol Juan nos invita a pensar en el gran amor que Jehová nos tiene. Con las palabras “vean qué clase de amor nos ha dado el Padre” estaba animando a los cristianos de su época a que meditaran en las diversas formas en que Jehová había demostrado su cariño. Si nosotros hacemos lo mismo, nos sentiremos más cerca de él y llegaremos a quererlo más.

    A algunas personas les cuesta creer que Dios pueda querernos. Piensan que solo se encarga de poner normas y de castigar a quienes no las siguen. Como desde niños les han enseñado doctrinas falsas, dicen que Dios es cruel y que no tenemos motivos para amarlo. En el otro extremo están quienes opinan que Dios nunca dejará de querernos, sin importar si lo que hacemos está bien o mal. Nosotros, en cambio, hemos aprendido en la Biblia que la cualidad principal de Jehová es el amor y que nos quiere tanto que ofreció a su Hijo para rescatarnos de la muerte y el pecado (Juan 3:16; 1 Juan 4:8). Aun así, nuestra crianza o las cosas que nos han pasado en la vida pueden hacernos dudar de su amor.

    Para entender el amor que Jehová nos tiene, primero debemos entender la relación que hay entre él y los hombres. La Biblia dice que Jehová es nuestro Creador ( Salmo 100:3-5). Por eso, a Adán se le llama “hijo de Dios” (Luc. 3:38). Además, Jesús les dijo a sus discípulos que cuando oraran a Dios lo llamaran Padre (Mat. 6:9). Así que Jehová es nuestro Padre porque nos ha dado la vida, y nos quiere tal como un buen padre quiere a sus hijos.

 

    Con la venida del Hijo de Dios como Redentor prometido, llegó a existir un nuevo factor sobre el que Dios podía basar sus tratos con sus siervos humanos. Los seguidores de Jesucristo que han sido llamados para ser sus hermanos espirituales con la perspectiva de ser coherederos con él en el reino celestial (Ro 8:17), primero son declarados justos por Dios sobre la base de su fe en Jesucristo. (Ro 3:24, 28.) Este es un acto judicial de Jehová Dios. Por consiguiente, nadie puede ‘presentar acusación’ contra sus escogidos ante Él como Juez Supremo. (Ro 8:33, 34.)

    En primer lugar, Jehová es perfecto y santo. (Isa 6:3.) Por consiguiente, en armonía con su santidad, aquellos a quienes acepta como sus hijos deben ser perfectos. (Dt 32:4, 5.) Jesucristo, el Hijo principal de Dios, demostró ser perfecto, “leal, sin engaño, incontaminado, separado de los pecadores”. (Heb 7:26.) Sin embargo, sus seguidores son escogidos de entre los hijos de Adán, quien, debido a su pecado, engendró una familia imperfecta y pecadora. (Ro 5:12; 1Co 15:22.) Por ello, como se muestra en Juan 1:12, 13, los seguidores de Jesús no eran en un principio hijos de Dios. Por su bondad inmerecida, Él dispuso un proceso de “adopción” por medio del cual acepta a estas personas favorecidas y las introduce en una relación espiritual como parte de la familia de sus hijos. (Ro 8:15, 16; 1Jn 3:1.) Por consiguiente, Dios sienta la base para su entrada, o adopción, en la condición de hijos, al declararlos justos por medio del mérito del sacrificio de rescate de Cristo, en el que ejercen fe, un sacrificio que los exonera de toda culpa debida al pecado. (Ro 5:1, 2, 8-11; compárese con Jn 1:12.) De este modo se les “imputa” o atribuye condición de justos, todos sus pecados les son perdonados y no se les tienen en cuenta. (Ro 4:6-8; 8:1, 2; Heb 10:12, 14.)

     Este acto de justificación va más lejos que el de Abrahán (y de otros siervos precristianos de Dios). Santiago señaló el alcance de la justificación de Abrahán en estos términos: “Se cumplió la escritura que dice: ‘Abrahán puso fe en Jehová, y le fue contado por justicia’, y vino a ser llamado ‘amigo de Jehová’”. (Snt 2:20-23.) En consecuencia, sobre la base de su fe, la justificación de Abrahán le hizo amigo de Dios, pero no le confirió la condición de hijo de Dios mediante un ‘nuevo nacimiento’ que le permitiese alcanzar vida celestial. (Jn 3:3.) El registro bíblico aclara que antes de que Cristo viniese, ni la adopción en calidad de hijos de Dios ni la esperanza celestial estaban al alcance del hombre. (Jn 1:12, 17, 18; 2Ti 1:10; 1Pe 1:3; 1Jn 3:1.)

   Todo lo considerado hace ver que aunque estos cristianos disfrutan de una condición de personas justas ante Dios, no han alcanzado en la carne la perfección literal o verdadera. (1Jn 1:8; 2:1.) En vista de su perspectiva de vida celestial, en realidad no necesitan tal perfección física. (1Co 15:42-44, 50; Heb 3:1; 1Pe 1:3, 4.) Sin embargo, por ser declarados justos, es decir, habiéndoseles ‘imputado’ o atribuido justicia, satisfacen los requisitos de Dios en este sentido y Él los introduce en el “nuevo pacto” validado por la sangre de Jesucristo. (Lu 22:20; Mt 26:28.) Estos hijos espirituales adoptivos, que se encuentran dentro del nuevo pacto realizado con el Israel espiritual, son ‘bautizados en la muerte de Cristo’ y, finalmente, sufren una muerte como la suya. (Ro 6:3-5; Flp 3:10, 11.)

    Si bien Jehová perdona sus pecados e imperfecciones, en su carne persiste una lucha, como explicó Pablo en su carta a los Romanos (7:21-25), una lucha entre la ley implantada en su mente renovada (Ro 12:2; Ef 4:23), o la “ley de Dios”, y la “ley del pecado”, anidada en sus miembros. Esto se debe a que no gozan de un cuerpo perfecto aunque se les ha imputado justicia y perdonado sus pecados. Esta lucha interior pone a prueba su integridad a Dios; pueden ganarla con la ayuda del espíritu de Dios y el auxilio de su misericordioso sumo sacerdote, Jesucristo. (Ro 7:25; Heb 2:17, 18.) Sin embargo, para ganarla se requiere que constantemente ejerzan fe en el sacrificio redentor de Cristo y le sigan, manteniendo así su condición de justos a la vista de Dios (compárese con Rev 22:11) y asegurando para sí “su llamamiento y selección”. (2Pe 1:10; Ro 5:1, 9; 8:23-34; Tit 3:6, 7.) Si, por el contrario, incurren en una práctica del pecado, apartándose de la fe, pierden su condición favorecida ante Dios, su justificación, porque están ‘fijando de nuevo en un madero al Hijo de Dios para sí mismos y exponiéndolo a vergüenza pública’ (Heb 6:4-8), lo que supondría la destrucción de ellos. (Heb 10:26-31, 38, 39.) A este respecto, Jesús habló del pecado imperdonable, y el apóstol Juan distinguió entre el “pecado que no incurre en muerte” y el que “sí incurre en muerte”. (Mt 12:31, 32; 1Jn 5:16, 17.)

   Después de su fiel proceder hasta la muerte, Jesucristo fue “hecho vivo en el espíritu” y recibió inmortalidad e incorrupción. (1Pe 3:18; 1Co 15:42, 45; 1Ti 6:16.) De esta forma fue “declarado [o pronunciado] justo en espíritu” (1Ti 3:16; Ro 1:2-4) y se sentó a la diestra de Dios en los cielos. (Heb 8:1; Flp 2:9-11.) Los seguidores fieles de las pisadas de Cristo esperan con anhelo una resurrección como la de él (Ro 6:5) y llegar a ser partícipes de la “naturaleza divina”. (2Pe 1:4.)

    Se utiliza con mucha frecuencia   κόσμος  kó·smos para referirse a toda la sociedad humana no cristiana, sin importar su raza. Este es el mundo que odió a Jesús y a sus seguidores debido a que dieron testimonio de su injusticia y se mantuvieron separados de él; por ello ese mundo mostró que odiaba al propio Jehová Dios y no llegó a conocerle. (Jn 7:7; 15:17-25; 16:19, 20; 17:14, 25; 1Jn 3:1, 13.) Satanás el Diablo, el adversario de Dios, rige sobre dicho mundo formado por la sociedad humana injusta y sus reinos, y se ha convertido de hecho en el “dios” de ese mundo. (Mt 4:8, 9; Jn 12:31; 14:30; 16:11; compárese con 2Co 4:4.) No fue Dios quien produjo ese mundo injusto; el que lo ha formado es el principal opositor de Dios, en cuyo poder “el mundo entero yace”. (1Jn 4:4, 5; 5:18, 19.) Satanás y sus “fuerzas espirituales inicuas en los lugares celestiales” actúan como los “gobernantes mundiales [o “cosmócratas”; gr. ko·smo·krá·to·ras]” invisibles sobre el mundo alejado de Dios. (Ef 6:11, 12.)

 

    La esperanza es indispensable para el cristiano. Acompaña al gozo, a la paz y al poder del espíritu santo. (Ro 15:13.) Promueve franqueza de expresión al acercarse a Dios para recibir su bondad inmerecida y misericordia. (2Co 3:12.) Permite que el cristiano aguante con regocijo, sin importar cuáles sean las circunstancias. (Ro 12:12; 1Te 1:3.) Igual que un yelmo protegía la cabeza de un guerrero, la esperanza de la salvación protege las facultades mentales del cristiano y le permite mantener integridad. (1Te 5:8.) La esperanza fortalece, pues aunque el cristiano ungido que todavía está en la Tierra no posee la recompensa de la vida celestial, su deseo y expectación es tan fuerte, que continúa aguardando con paciencia y aguante aquello que espera a pesar de pruebas y dificultades severas. (Ro 8:24, 25.)

     La esperanza le ayuda al cristiano a mantener un modo de vivir limpio, pues sabe que Dios y Cristo, en quienes descansa la esperanza, son puros, y que no puede esperar ser como Dios y recibir la recompensa si practica la inmundicia o la injusticia. (1Jn 3:2, 3.) La esperanza guarda estrecha relación con la más grande de las cualidades: el amor, pues aquel que de verdad ama a Dios también tendrá esperanza en todas sus promesas. Por otra parte, esperará lo mejor para sus hermanos en la fe, amándoles y confiando en su sinceridad de corazón en Cristo. (1Co 13:4, 7; 1Te 2:19.)

    Todos los que tengan “esta esperanza” de vida celestial deben ser movidos a purificarse a sí mismos “así como ése [Jehová] es puro”. Aunque los ungidos en la actualidad son imperfectos, deben llevar vidas limpias que armonicen con su esperanza de ver al Dios puro y santo en la esfera celestial. (Salmo 99:5, 9; 2 Corintios 7:1.)

    La descripción de los serafines con pies, alas, etc., debe entenderse de manera simbólica. Su semejanza a la forma de criaturas terrestres solo representa algunas de sus aptitudes o de las funciones que realizan, tal como a menudo Dios habla simbólicamente de sí mismo como si tuviera ojos, oídos y otros rasgos humanos. El apóstol Juan muestra que ningún hombre conoce la forma de Dios al decir: “Amados, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Sí sabemos que cuando él sea manifestado seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es”. (1Jn 3:2.)

 

 

 

 

4 Todo el que practica el pecado está violando la ley; el pecado es la violación de la ley. 5 Ustedes también saben que él fue manifestado para quitar nuestros pecados, y en él no hay pecado. 6 Nadie que se mantiene en unión con él practica el pecado; nadie que practica el pecado lo ha visto ni ha llegado a conocerlo. 7 Hijitos, que nadie los engañe. El que practica la justicia es justo, así como él es justo. 8 El que practica el pecado proviene del Diablo, porque el Diablo ha estado pecando desde el principio. El Hijo de Dios fue manifestado con este propósito: para deshacer las obras del Diablo.

  

4 Πς  ποιν τν μαρτίαν κα τν νομίαν ποιε, κα  μαρτία στν  νομία. 5 κα οδατε τι κενος φανερώθη να τς μαρτίας ρ, κα μαρτία ν ατ οκ στιν. 6 πς  ν ατ μένων οχ μαρτάνει· πς  μαρτάνων οχ ώρακεν ατν οδ γνωκεν ατόν. 7 Τεκνία, μηδες πλανάτω μς·  ποιν τν δικαιοσύνην δίκαιός στιν, καθς κενος δίκαιός στιν· 8  ποιν τν μαρτίαν κ το διαβόλου στίν, τι π' ρχς  διάβολος μαρτάνει. ες τοτο φανερώθη  υἱὸς το θεο να λύσ τ ργα το διαβόλου.

 

   Pecado aislado y práctica del pecado. Juan también hace una distinción entre el pecado aislado y la práctica del pecado, según se ve al comparar 1 Juan 2:1 con 3:4-8 en la Traducción del Nuevo Mundo. La obra Imágenes verbales en el Nuevo Testamento (de A. T. Robertson, CLIE, 1990, vol. 6, pág. 247) dice en cuanto a lo propio de la traducción “todo el que practica pecado , ( ποιν τν μαρτίαν,  ho poi·n tēn ha·mar·tí·an)” (1Jn 3:4): “El participio presente en voz activa (  ποιν ,poiōn) significa el hábito de practicar el pecado”.                                             

    En  1 Juan 3:6,  aparece la frase ( οχ μαρτάνει oukj ha·mar·tá·nei )en el texto griego, la misma obra comenta (pág. 247): “Presente lineal [...] de indicativo en voz activa de hamartanō: ‘no persiste en pecar’”. Por consiguiente, es posible que en un determinado momento el cristiano fiel incurra o caiga en pecado debido a debilidad o a ser descarriado, pero “no se ocupa en el pecado”, es decir no anda de continuo en ese camino. (1Jn 3:9, 10; compárese con 1Co 15:33, 34; 1Ti 5:20.)

   El no distinguir entre los tiempos presente y aoristo cuando se traduce, dificulta la comprensión de la idea original. Por ejemplo, en la traducción Nácar-Colunga puede parecer que el apóstol Juan se contradice al comparar el pasaje citado antes con las palabras de 1 Juan 3:6, 9. Esta traducción dice: “Todo el que permanece en Él no peca” y “Quien ha nacido de Dios no peca”. Esta traducción no transmite con claridad la acción continua que da a entender el tiempo presente de los verbos griegos empleados. Sin embargo, algunas versiones modernas, en lugar de traducir esta expresión por “no peca”, tienen en cuenta la acción continua y traducen los verbos correspondientes: “No practica el pecado”, “no se ocupa en el pecado” (NM); “no sigue en el pecado”, “[no] vive entregado al pecado” (FS); “no continúa pecando”, “no practica el pecado” (Val), y “no anda en pecado”, “no practica el pecado” (PNT) (véanse también NTI, NVI). Del mismo modo, Jesús mandó a sus seguidores: “Sigan, pues, buscando primero el reino”, más bien que simplemente, “buscad primero su Reino”; con el uso del tiempo presente indica un esfuerzo continuo. (Mt 6:33; NM; BJ.)

   El vivir como hijos de Dios también significa hacer lo que es justo. (1 Juan 3:4, 5.) “Todo el que practica pecado también está practicando desafuero” desde el punto de vista de Jehová, cuyas leyes ha violado el pecador. (Isaías 33:22; Santiago 4:12.) Todo “pecado es desafuero”, es decir, transigir respecto a las leyes de Dios. El practicar el pecado es contrario al espíritu cristiano, y estamos agradecidos de que Jesucristo “fue manifestado” como humano “para quitar nuestros pecados”. Puesto que “no hay pecado en él”, pudo presentar a Dios el único sacrificio completamente satisfactorio que expía los pecados. (Isaías 53:11, 12; Hebreos 7:26-28; 1 Pedro 2:22-25.)

 “Todo el que permanece en unión con él [el Hijo] no practica el pecado.” (1 Juan 3:6.) Debido a nuestra imperfección, puede que a veces cometamos pecados. Pero el pecar no es una práctica en el caso de los que permanecen en unión con el Hijo y, por lo tanto, en unión con el Padre. Los que practican el pecado no han “visto” a Jesús con los ojos de fe; tales pecadores empedernidos, como los apóstatas, tampoco ‘conocen’ ni aprecian a Cristo como “El Cordero de Dios” que expía los pecados. (Juan 1:36.)

Juan advierte contra el dejarse extraviar. ( 1 Juan 3:7, 8.) “No vaya a extraviarlos nadie”, dice el apóstol, y añade: “el que se ocupa en la justicia [mediante el seguir la ley de Dios] es justo, así como ése [Jesucristo] es justo”. Nuestra pecaminosidad impide que seamos justos al mismo grado que lo fue nuestro Gran Dechado. Pero debido a la bondad inmerecida de Jehová, los seguidores ungidos de Jesús ahora pueden seguir viviendo como hijos de Dios.

 El que deliberadamente practica el pecado “se origina del Diablo”, quien ha estado pecando “desde el principio” de su carrera de rebelión contra Jehová. Pero el Hijo de Dios “fue manifestado” para “desbaratar las obras” de Satanás relacionadas con el promover el pecado y la maldad. Esto incluye deshacer los efectos de la muerte adámica mediante la expiación del pecado por medio de Cristo y la resurrección de los que se hallan en el Seol (Hades), así como el magullamiento de la cabeza de Satanás. (Génesis 3:15; 1 Corintios 15:26.) Mientras tanto, que nosotros, el resto ungido y la “gran muchedumbre”, sigamos guardándonos de practicar pecado e injusticia.

   El pecado se produjo primero en la región de los espíritus antes de introducirse en la Tierra. Desde tiempos inmemoriales había prevalecido en el universo una completa armonía con Dios. Pero esa armonía fue interrumpida por una criatura celestial a la que se llama simplemente Resistidor, Adversario heb. Sa·tán; gr. (Sa·ta·nás; Job 1:6; Ro 16:20), el principal Acusador Falso o Calumniador (gr. Di·á·bo·los) de Dios. (Heb 2:14; Rev 12:9.) Por consiguiente, el apóstol Juan dice: “El que se ocupa en el pecado se origina del Diablo, porque el Diablo ha estado pecando desde el principio”. (1Jn 3:8.)

Con la expresión “desde el principio”, Juan claramente se refiere al principio de la persistente oposición de Satanás, igual que en 1 Juan 2:7; 3:11 se utiliza “principio” para referirse al comienzo del discipulado de los cristianos. Las palabras de Juan muestran que Satanás continuó su proceder pecaminoso después de haber dado principio al pecado. Por consiguiente, todo el que “hace del pecado su ocupación o práctica” demuestra que es ‘hijo’ del Adversario, descendiente espiritual que refleja las cualidades de su “padre”.

Antes de que el Reino pudiera empezar a gobernar, era necesario que apareciera en la Tierra la parte principal de la Descendencia, Jesucristo. ¿Por qué? Porque Jehová Dios lo nombró “para desbaratar [o deshacer] las obras del Diablo” (1 Juan 3:8). Las obras de Satanás incluían haber inducido a Adán al pecado, lo cual ocasionó la condenación al pecado y a la muerte de toda la prole de este (Romanos 5:12). Jesús deshizo esta obra del Diablo al dar Su vida como rescate. Así, proveyó la base para librar a la humanidad de la condenación al pecado y a la muerte, y abrió el camino a la vida eterna (Mateo 20:28; Romanos 3:24; Efesios 1:7).

La resurrección también hace posible que Dios cumpla con lo que el apóstol Juan escribió: “Con este propósito el Hijo de Dios fue manifestado, a saber, para desbaratar las obras del Diablo” (1 Juan 3:8). En el jardín de Edén, Satanás se convirtió en el asesino de toda la especie humana cuando indujo a nuestros primeros padres al pecado que les ocasionó la muerte (Génesis 3:1-6; Juan 8:44). Jesús empezó a desbaratar las obras de Satanás cuando entregó su vida perfecta como un rescate correspondiente que abría el camino para que se liberara a la humanidad de la esclavitud heredada al pecado, legado de la desobediencia voluntaria de Adán (Romanos 5:18). La resurrección de los que mueren por causa del pecado de Adán será otra manera de desbaratar las obras del Diablo.

 

  

9 Nadie que ha nacido de Dios practica el pecado, porque la semilla de Dios permanece en él, y él no puede practicar el pecado porque ha nacido de Dios. 10 Los hijos de Dios y los hijos del Diablo se reconocen por esto: el que no practica la justicia no proviene de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano. 11 Porque este es el mensaje que ustedes han oído desde el principio: que nos amemos unos a otros; 12 no como Caín, que provino del Maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué lo mató? Porque sus propias acciones eran malvadas pero las de su hermano eran justas.

 

9 Πς  γεγεννημένος κ το θεο μαρτίαν ο ποιε, τι σπέρμα ατο ν ατ μένει, κα ο δύναται μαρτάνειν, τι κ το θεο γεγέννηται. 10 ν τούτ φανερά στιν τ τέκνα το θεο κα τ τέκνα το διαβόλου· πς  μ ποιν δικαιοσύνην οκ στιν κ το θεο, κα  μ γαπν τν δελφν ατο.

11 τι ατη στν  γγελία ν κούσατε π' ρχς, να γαπμεν λλήλους· 12 ο καθς Καν κ το πονηρο ν κα σφαξεν τν δελφν ατο· κα χάριν τίνος σφαξεν ατόν; τι τ ργα ατο πονηρ ν, τ δ το δελφο ατο δίκαια.

 

 

     Juan hace una distinción entre los hijos de Dios y los hijos del Diablo. ( 1 Juan 3:9-12.) Todo el que ha “nacido de Dios no se ocupa en el pecado”, o no hace de este una práctica. La “semilla reproductiva” de Jehová, o el espíritu santo que da a la persona “un nuevo nacimiento” a una esperanza celestial, permanece en el individuo a menos que este lo resista y en consecuencia ‘contriste’ el espíritu, haciendo que Dios lo aparte de él. (1 Pedro 1:3, 4, 18, 19, 23; Efesios 4:30.) Para permanecer como hijo de Dios, el cristiano engendrado por espíritu “no puede practicar el pecado”. Y siendo que ahora es “una nueva creación” con una “nueva personalidad”, lucha contra el pecado. Ha “escapado de la corrupción que hay en el mundo por la lujuria”, y en su corazón no se halla el deseo de ser un malhechor habitual. (2 Corintios 5:16, 17; Colosenses 3:5-11; 2 Pedro 1:4.)

     Una manera de distinguir entre los hijos de Dios y los hijos del Diablo es la siguiente: “Todo el que no se ocupa en la justicia no se origina de Dios”. La injusticia es tan característica de los hijos del Diablo que estos “no duermen a menos que hagan maldad, y su sueño les ha sido arrebatado a no ser que hagan tropezar a alguien”, esto es lo que los apóstatas quisieran hacerle a los cristianos leales. (Proverbios 4:14-16.)

 Además, “tampoco [se origina de Dios] el que no ama a su hermano”. De hecho, el “mensaje” que hemos oído “desde el principio” de nuestra vida como testigos de Jehová es que “debemos tener amor unos para con otros”. (Juan 13:34.) De manera que no somos “como Caín”, quien mostró que se “originó del inicuo” al ‘degollar a su hermano’ de manera violenta, lo cual es característico del homicida Satanás. (Génesis 4:2-10; Juan 8:44.) Caín degolló a Abel “porque sus propias obras eran inicuas, pero las de su hermano eran justas”. El reflexionar en el proceder de Caín ciertamente debe movernos a guardarnos contra el odiar de manera similar a nuestros hermanos espirituales.

 

El apóstol Pedro les recuerda a sus hermanos su condición de hijos del “Dios vivo y duradero”, no de un padre humano que muere y que no puede transmitirles incorruptibilidad ni vida eterna. La semilla incorruptible con la que se les ha dado este nuevo nacimiento es el espíritu santo de Dios, su fuerza activa, que obra conjuntamente con su palabra perdurable inspirada por el espíritu. El apóstol Juan, de igual manera, dice en cuanto a estos ungidos por espíritu: “Todo el que ha nacido de Dios no se ocupa en el pecado, porque la semilla reproductiva de Él permanece en el tal, y no puede practicar el pecado, porque ha nacido de Dios”. (1Jn 3:9.)

Este espíritu actúa en ellos para generar un nuevo nacimiento como hijos de Dios. Es una fuerza que limpia, y produce el fruto del espíritu, no las obras corruptas de la carne. El que tenga en él esta semilla reproductiva no practicará, por lo tanto, las obras de la carne. El apóstol Pablo dice al respecto: “Porque Dios nos llamó, no con permiso para inmundicia, sino con relación a santificación. Así, pues, el hombre que muestra desatención, no está desatendiendo a hombre, sino a Dios, que pone su espíritu santo en ustedes”. (1Te 4:7, 8.)

Sin embargo, si un cristiano engendrado por espíritu resistiese constantemente al espíritu santo, lo ‘contristase’, ‘entristeciese’ o ‘hiriese’, con el tiempo Dios le retiraría su espíritu. (Ef 4:30, nota; compárese con Isa 63:10.) Una persona podría ir tan lejos como hasta incurrir en blasfemia contra el espíritu, lo que le abocaría a un desenlace fatal. (Mt 12:31, 32; Lu 12:10.) Por esa razón, Pedro y Juan recalcaron la importancia de mantener la santidad y el amor de Dios, amar a los hermanos desde el corazón y aceptar con sumisión la guía del espíritu de Dios, pues solo así demostrarían ser verdaderos hijos leales de Dios. (1Pe 1:14-16, 22; 1Jn 2:18, 19; 3:10, 14.)

 

En una  ocasión, el Gran Maestro hizo esta sorprendente pregunta: “¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?” (Mateo 12:48). ¿Podrías contestar esa pregunta?... Seguramente sabes que la madre de Jesús se llamaba María. La Biblia dice que los hermanos de Jesús se llamaban Santiago, José, Simón y Judas. Indica, además, que sí tenía hermanas. Jesús era el primer hijo, de modo que todos sus hermanos eran menores que él (Mateo 13:55, 56; Lucas 1:34, 35).

¿Eran los hermanos de Jesús discípulos suyos?... La Biblia dice que al principio “no ejercían fe en él” (Juan 7:5). Pero después, Santiago y Judas llegaron a ser sus discípulos e incluso escribieron libros de la Biblia. ¿Sabes cuáles?... Las cartas de Santiago y de Judas.  Aunque la Biblia no revela el nombre de las hermanas de Jesús, sabemos que por lo menos eran dos. ¿Se hicieron discípulas de él sus hermanas?... La Biblia no lo dice, así que no lo sabemos. Pero ¿por qué preguntó Jesús quiénes eran su madre y sus hermanos?... Vamos a ver.

Momentos antes, Jesús estaba enseñando a sus discípulos, y alguien lo interrumpió para decirle: “Tu madre y tus hermanos están parados fuera, y procuran hablarte”. Jesús quiso aprovechar la oportunidad para enseñar una lección importante. Por eso hizo la sorprendente pregunta: “¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?”, y entonces, señalando hacia sus discípulos, exclamó: “¡Mira! ¡Mi madre y mis hermanos!”.

A continuación explicó: “Cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano y hermana y madre” (Mateo 12:47-50). Esto muestra el cariño que Jesús sentía por sus discípulos. Con esas palabras nos enseñó que, para él, sus discípulos eran como verdaderos hermanos, hermanas y madres.

En aquel entonces, los hermanos carnales de Jesús —Santiago, José, Simón y Judas— no pensaban que él fuera el Hijo de Dios. No creían que fuera cierto lo que el ángel Gabriel le había dicho a su madre (Lucas 1:30-33). Puede que incluso trataran mal a Jesús. Quien se porta así no demuestra ser un verdadero hermano. ¿Conoces a alguien que se porte mal con su hermano o su hermana?...

En el relato bíblico de Esaú y Jacob leemos que Esaú se enojó tanto con su hermano que dijo: “Voy a matar a Jacob mi hermano”. Su madre, Rebeca, se asustó mucho y mandó a Jacob lejos para que Esaú no lo matara (Génesis 27:41-46). Sin embargo, muchos años después, Esaú cambió de actitud, y abrazó y besó a su hermano (Génesis 33:4).  Con el tiempo, Jacob tuvo doce hijos. Pero los mayores no amaban a su hermano menor José. Tenían celos de él porque era el preferido de su padre. De modo que lo vendieron a unos mercaderes de esclavos que iban camino a Egipto, y luego le dijeron a su padre que una fiera lo había matado (Génesis 37:23-36).

Años después, los hermanos de José se arrepintieron de lo que habían hecho, y él los perdonó. ¿Ves en qué se parecen José y Jesús?... Cuando Jesús estuvo en problemas, sus apóstoles huyeron, y Pedro hasta negó que lo conociera. Pero, al igual que José, Jesús los perdonó a todos.

También aprendemos una lección de lo que les sucedió a otros dos hermanos: Caín y Abel. Dios vio en el corazón de Caín que no amaba a su hermano, así que le dijo que tenía que cambiar. Si Caín hubiera amado de verdad a Dios, le habría hecho caso. Pero no lo amaba. Un día, Caín le dijo a su hermano: “Vamos allá al campo”. Abel lo acompañó, y cuando estaban los dos solos en el campo, Caín le dio un golpe tan fuerte que lo mató (Génesis 4:2-8).

La Biblia dice que ese relato nos enseña una lección importante. ¿Sabes cuál es?... “Este es el mensaje que ustedes han oído desde el principio, que debemos tener amor unos para con otros; no como Caín, que se originó del inicuo.” Por lo tanto, los hermanos tienen que amarse. No deben ser como Caín (1 Juan 3:11, 12).

¿Por qué no debemos ser como Caín?... Porque la Biblia dice que Caín “se originó del inicuo”, Satanás el Diablo. Como Caín se portó igual que el Diablo, fue como si se hubiera convertido en hijo suyo.  ¿Entiendes por qué es importante que ames a tus hermanos?... Si no lo haces, ¿a quiénes estarás imitando?... A los hijos del Diablo. Y tú no deseas ser como ellos, ¿verdad?... Entonces, ¿cómo puedes demostrar que quieres ser un hijo o una hija de Dios?... Amando a tus hermanos.

Pero ¿qué es el amor?... Es un sentimiento profundo que nos motiva a realizar buenas obras por otras personas. Demostramos amor a los demás cuando les tenemos cariño y hacemos cosas buenas por ellos. ¿Y quiénes son nuestros hermanos, a los que debemos amar?... Recuerda que Jesús enseñó que son quienes componen la gran familia cristiana.

¿Por qué es importante que amemos a nuestros hermanos cristianos?... La Biblia dice: “El que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede estar amando a Dios, a quien no ha visto” (1 Juan 4:20). De manera que no basta con amar solo a unos cuantos miembros de la familia cristiana. Debemos amarlos a todos. Jesús dijo: “En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí” (Juan 13:35). ¿Amas tú a todos los hermanos?... Recuerda que si no los amas a ellos, tampoco amas realmente a Dios.    ¿Cómo podemos demostrar verdadero amor a nuestros hermanos?... Por ejemplo, no evitaremos encontrarnos con ellos para no tener que hablarles. Al contrario, seremos amables con todos, los trataremos siempre bien y compartiremos nuestras cosas con ellos. Y si alguna vez tienen problemas, los ayudaremos, porque verdaderamente somos una gran familia.

  

13 Hermanos, no se sorprendan de que el mundo los odie. 14 Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte. 15 Todo el que odia a su hermano es un asesino, y ustedes saben que en ningún asesino permanece la vida eterna. 16 Por esto hemos llegado a conocer el amor: porque él entregó la vida por nosotros, y nosotros tenemos la obligación de entregar la vida por nuestros hermanos. 17 Pero, si alguien tiene las posesiones de este mundo y ve que su hermano está pasando necesidad pero se niega a mostrarle compasión, ¿cómo puede el amor a Dios permanecer en él? 18 Hijitos, no amemos de palabra ni de labios para afuera, sino con hechos y de verdad.

 

13 [κα] Μ θαυμάζετε, δελφοί, ε μισε μς  κόσμος. 14 μες οδαμεν τι μεταβεβήκαμεν κ το θανάτου ες τν ζωήν, τι γαπμεν τος δελφούς·  μ γαπν μένει ν τ θανάτ. 15 πς  μισν τν δελφν ατο νθρωποκτόνος στίν, κα οδατε τι πς νθρωποκτόνος οκ χει ζων αώνιον ν ατ μένουσαν. 16 ν τούτ γνώκαμεν τν γάπην, τι κενος πρ μν τν ψυχν ατο θηκεν· κα μες φείλομεν πρ τν δελφν τς ψυχς θεναι. 17 ς δ' ν χ τν βίον το κόσμου κα θεωρ τν δελφν ατο χρείαν χοντα κα κλείσ τ σπλάγχνα ατο π' ατο, πς  γάπη το θεο μένει ν ατ;

18 Τεκνία, μ γαπμεν λόγ μηδ τ γλώσσ λλ ν ργ κα ληθεί.

 

Sabemos que el mundo va a odiarnos (1 Juan 3:13). Juan nos recuerda que “el mundo entero está bajo el poder del Maligno” (1 Juan 5:19). El fin de este sistema está cada vez más cerca, así que Satanás está cada vez más furioso (Apoc. 12:12). No solo nos ataca por medios sutiles, como la inmoralidad y las mentiras de los apóstatas, sino que también usa la fuerza. Él sabe que le queda poco tiempo, por eso intenta más y más detener la predicación o destruir nuestra fe. No nos extraña, pues, que en algunos países se restrinja o incluso prohíba nuestra obra. Aun así, nuestros hermanos en esos lugares siguen aguantando. Demuestran que, sin importar lo que el Diablo nos haga, podemos mantenernos fieles.

Podemos ayudar a los hermanos a seguir en la verdad siendo compasivos  (1 Juan 3:10, 11, 16-18). Debemos amarnos unos a otros en las buenas y en las malas. Por ejemplo, ¿conocemos a algún hermano que ha perdido a un ser querido y necesita consuelo o algún tipo de ayuda? ¿Nos hemos enterado de que debido a un desastre natural los hermanos necesitan ayuda para reconstruir sus Salones del Reino o sus hogares? El verdadero amor y compasión por nuestros hermanos lo demostraremos sobre todo con actos, no solo con palabras.

Cuando nos mostramos amor unos a otros, imitamos a nuestro cariñoso Padre celestial ( 1 Juan 4:7, 8). Una forma importante de mostrar amor es perdonando a los demás. Por ejemplo, si alguien nos hiere, el amor nos llevará a perdonarlo y olvidar lo que hizo (Col. 3:13).  El apóstol Juan amaba mucho a sus hermanos y se interesaba en su bienestar espiritual. Ese sentimiento se refleja con claridad en los consejos que dio en las tres cartas que escribió por inspiración. Cuánto nos anima saber que los hombres y mujeres que irán al cielo a gobernar con Cristo tienen la misma clase de sentimientos que tenía Juan (1 Juan 2:27).

 Tomemos en serio los consejos que hemos analizado. Resolvámonos a andar en la verdad y a obedecer a Jehová en todo lo que hagamos. Estudiemos su Palabra y confiemos en ella. Fortalezcamos nuestra fe en Jesús. Rechacemos las ideas humanas y lo que dicen los apóstatas. Luchemos contra la tentación de llevar una doble vida y ceder al pecado. Dejémonos guiar por las elevadas normas morales de Jehová. Y ayudemos a nuestros hermanos a mantenerse fuertes perdonando a los que nos ofenden y ayudando a los que lo necesitan. Entonces, sin importar las batallas que tengamos que luchar, seguiremos andando en la verdad.

Si imitáramos a Caín, estaríamos muertos en sentido espiritual. ( 1 Juan 3:13-15.) Por su gran odio mató a su hermano, y no nos sorprende que el mundo nos odie de manera similar, pues Jesús predijo esto. (Marcos 13:13.) Pero “nosotros sabemos [o, estamos seguros] que hemos pasado de muerte [espiritual] a vida [eterna], porque amamos a los hermanos”, nuestros compañeros testigos de Jehová. Debido a ese amor fraternal, aunado a nuestra fe en Cristo, ya no estamos ‘muertos’ en nuestras ofensas y pecados, sino que Dios ha removido de nosotros Su condenación y nos ha levantado de la muerte espiritual, dándonos la esperanza de vida eterna. (Juan 5:24; Efesios 2:1-7.) Los desamorados apóstatas no tienen tal esperanza, pues “el que no ama permanece en la muerte [espiritual]”.

 En realidad, “todo el que odia a su hermano es homicida”. Quizás no se cometa un homicidio literal (como cuando Caín mató a Abel debido a envidia y odio), pero la persona que odia desearía que su hermano espiritual no viviera. Puesto que Jehová lee el corazón, el que odia permanece bajo condenación. (Proverbios 21:2; compárese con Mateo 5:21, 22.) Ningún “homicida” impenitente, o que odia a un compañero de creencia, “tiene vida eterna en permanencia en él”. Por lo tanto si aún en secreto odiáramos a un compañero testigo, ¿no deberíamos orar a Jehová para que nos ayude a cambiar nuestro espíritu a uno de amor fraternal?

 Si hemos de seguir viviendo como hijos de Dios, tenemos que mostrar amor fraternal en palabra y hecho. ( 1 Juan 3:16-18.) Esto debe ser posible, pues “hemos venido a conocer el amor, porque aquél [Jesucristo] entregó su alma [o “vida”] por nosotros”. Puesto que Jesús mostró amor hasta ese extremo, nosotros deberíamos desplegar un amor similar basado en principios (griego,  ἀγάπη, ης, ἡ , agape) para con nuestros compañeros creyentes. Por ejemplo, en tiempos de persecución “estamos obligados a entregar nuestras almas por nuestros hermanos”, así como Prisca y Áquila, quienes ‘arriesgaron su propio cuello’ por el alma del apóstol Pablo. (Romanos 16:3, 4; Juan 15:12, 13.)

 Si nuestro deber es dar la vida por nuestros hermanos, deberíamos estar dispuestos a hacer cosas menos exigentes a favor de ellos. Supongamos que tenemos “los medios de este mundo para el sostén de la vida”: dinero, comida, ropa y cosas similares que el mundo hace posible, y tal vez ‘contemplemos’ a un hermano en necesidad, no solo viendo por casualidad su situación, sino más bien fijándonos bien en ella, puede que al verlo de esa manera la “puerta” de nuestras “tiernas compasiones”, o sentimientos profundos, se abran. Pero ¿qué hay si cerramos esa “puerta” por medio de permitir que el egoísmo frustre nuestros deseos de ayudarle? Entonces, ¿“de qué manera permanece el amor de Dios” en nosotros? No basta con solo hablar del amor fraternal. Como hijos de Dios, tenemos que manifestarlo “en hecho y verdad”. Por ejemplo, si un hermano está pasando hambre, este necesita comida, no meras palabras. (Santiago 2:14-17.)

‘Pasar de muerte a vida.’ Jesús habló de los que ‘tienen vida eterna’ porque oyen sus palabras con fe y obediencia y creen en el Padre que le envió. Dijo en cuanto a cada uno de ellos: “No entra en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. Muy verdaderamente les digo: La hora viene, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan hecho caso vivirán”. (Jn 5:24, 25.)

Los que han ‘pasado de la muerte a la vida ahora no son los que habían muerto literalmente y estaban en las sepulturas. Cuando Jesús dijo estas palabras, toda la humanidad estaba condenada a muerte ante Dios el Juez de todos. Por lo tanto, Jesús se refería a personas que estaban muertas en sentido espiritual, a la clase de muertos espirituales que debió tener presente cuando dijo al judío que quería ir primero a su casa a enterrar a su padre: “Continúa siguiéndome, y deja que los muertos entierren a sus muertos”. (Mt 8:21, 22.)

Los que se han hecho cristianos verdaderos se encontraron en un tiempo entre las personas del mundo que estaban muertas espiritualmente. El apóstol Pablo recordó a la congregación este hecho, diciendo: “A ustedes Dios los vivificó aunque estaban muertos en sus ofensas y pecados, en los cuales en un tiempo anduvieron conforme al sistema de cosas de este mundo [...]. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, nos vivificó junto con el Cristo, aun cuando estábamos muertos en ofensas —por bondad inmerecida han sido salvados ustedes— y nos levantó juntos y nos sentó juntos en los lugares celestiales en unión con Cristo Jesús”. (Ef 2:1, 2, 4-6.)

De modo que Jehová retiró su condenación debido a que ya no andaban en ofensas y pecados contra Dios y por su fe en Cristo. Los levantó de la muerte espiritual y les dio la esperanza de vida eterna. (1Pe 4:3-6.) El apóstol Juan describe este cambio de muerte en ofensas y pecados a vida espiritual con estas palabras: “No se maravillen, hermanos, de que el mundo los odie. Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, porque amamos a los hermanos”. (1Jn 3:13, 14.)

El respeto por el regalo de la vida empieza en lo más profundo del corazón. Incluye lo que sentimos por otras personas. El apóstol Juan escribió: “Todo el que odia a su hermano es un asesino” (1 Juan 3:15). Sin darnos cuenta, podemos llegar a odiar a alguien que no nos cae bien. El odio puede hacer que tratemos a los demás sin respeto, que los acusemos falsamente o incluso que deseemos que estuvieran muertos. Jehová sabe lo que sentimos por otras personas (Levítico 19:16; Deuteronomio 19:18-21; Mateo 5:22). Así que, si notamos que odiamos a alguien, debemos esforzarnos por deshacernos de ese sentimiento (Santiago 1:14, 15; 4:1-3).

    Otra manera de demostrar que valoramos la vida. Según Salmo 11:5, Jehová “odia a todo el que ama la violencia”. Si escogemos entretenimiento violento, eso podría revelar que amamos la violencia. Está claro que no queremos llenar la mente con imágenes, ideas y palabras violentas. Más bien, queremos llenarla con pensamientos limpios y pacíficos (Filipenses 4:8, 9).

    El odio se equipara al asesinato. El impulso asesino procede del corazón. (Mt 15:19; Mr 7:21; compárese con Ro 1:28-32.) Por lo tanto, el que odiara a su hermano sería un homicida, un asesino. (1Jn 3:15.) Cristo Jesús también relacionó el asesinato con las actitudes incorrectas, como el que una persona continuara airada con su hermano, le insultara o lo juzgara y condenara como un “despreciable necio”. (Mt 5:21, 22.) Un odio interno de tal naturaleza puede conducir al asesinato. Ese parece ser el trasfondo de las palabras de Santiago (5:6), cuando dice: “Han condenado, han asesinado al justo”. Las personas adineradas de inclinación malvada a las que se refiere Santiago y que manifestaron odio a los discípulos del Hijo de Dios y los oprimieron, en determinadas ocasiones llegaron a materializar su odio en asesinato. Como Jesús considera que el trato que se les dispensa a sus hermanos es como si se le diese a él, estas personas también asesinaron figurativamente a Jesús. Esta parece ser la idea de Santiago en su comentario. (Compárese con Snt 2:1-11; Mt 25:40, 45; Hch 3:14, 15.)

Aunque a los seguidores de Cristo quizás se les persiga y hasta asesine por causa de la justicia, nunca deberían sufrir por haber cometido asesinatos u otros delitos. (Mt 10:16, 17, 28; 1Pe 4:12-16; Rev 21:8; 22:15.)

Pero Jehová no se conforma con que no hagamos daño al prójimo. Quiere que extirpemos del corazón un sentimiento por el que se han derramado mares de sangre: el odio. Mediante el apóstol Juan nos advierte: “Todo el que odia a su hermano es homicida” (1 Juan 3:15). Claro, no se trata solo de tenerle antipatía a una persona, sino de desear verla muerta. Tal aversión pudiera llevar a calumniarla o acusarla falsamente de actos dignos del castigo divino (Levítico 19:16; Deuteronomio 19:18-21; Mateo 5:22). Sin duda, es vital que nos esforcemos por erradicar del corazón las malas intenciones que tengamos (Santiago 1:14, 15; 4:1-3).

  

19 Así sabremos que provenimos de la verdad y haremos que nuestro corazón se sienta seguro delante de Dios, 20 incluso si nuestro corazón nos condena, porque Dios es más grande que nuestro corazón y lo sabe todo. 21 Amados, si nuestro corazón no nos condena, podemos hablarle a Dios con confianza; 22 y todo lo que le pedimos lo recibimos de él, porque estamos obedeciendo sus mandamientos y haciendo lo que a él le agrada. 23 De hecho, este es su mandamiento: que tengamos fe en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, así como él nos mandó. 24 Además, el que obedece sus mandamientos se mantiene en unión con él, y él se mantiene en unión con esa persona. Y, por el espíritu que él nos dio, sabemos que él se mantiene en unión con nosotros.

 

19  [κα] ν τούτ γνωσόμεθα τι κ τς ληθείας σμέν, κα μπροσθεν ατο πείσομεν τν καρδίαν μν 20  τι ἐὰν καταγινώσκ μν  καρδία, τι μείζων στν  θες τς καρδίας μν κα γινώσκει πάντα. 21  γαπητοί, ἐὰν  καρδία [μν] μ καταγινώσκ, παρρησίαν χομεν πρς τν θεόν, 22   κα  ν / ἐὰν ατμεν λαμβάνομεν π' ατο, τι τς ντολς ατο τηρομεν κα τ ρεστ νώπιον ατο ποιομεν. 23  κα ατη στν  ντολ ατο, να πιστεύσωμεν τ νόματι το υο ατο ησο Χριστο κα γαπμεν λλήλους, καθς δωκεν ντολν μν. 24  κα  τηρν τς ντολς ατο ν ατ μένει κα ατς ν ατ· κα ν τούτ γινώσκομεν τι μένει ν μν, κ το πνεύματος ο μν δωκεν.

 

 

La Biblia dice: “Haremos que nuestro corazón se sienta seguro delante de Dios, incluso si nuestro corazón nos condena, porque Dios es más grande que nuestro corazón y lo sabe todo” (1 Juan 3:19, 20). Veamos cuatro maneras en que la Biblia nos ayuda a “que nuestro corazón se sienta seguro” de que Dios nos ama.

 En primer lugar, la Biblia enseña claramente que, para Dios, cada uno de sus siervos es muy valioso. Por ejemplo, Jesús dijo: “Se venden dos gorriones por una moneda de poco valor, ¿no es cierto? Sin embargo, ni uno de ellos cae a tierra sin que su Padre lo sepa. Pero, en el caso de ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están todos contados. Así que no tengan miedo. Ustedes valen más que muchos gorriones” (Mateo 10:29-31). Pensemos en lo que estas palabras de Jesús significaban para un judío del siglo primero.

 Hoy quizás nos preguntemos quién compraría un gorrión. Pues bien, en aquel tiempo el gorrión era el ave comestible más barata. Se vendían dos por una moneda de poco valor. En otra ocasión, Jesús dijo que con dos monedas no daban cuatro, sino cinco. Venía uno de regalo, como si no valiera nada. Quizá la gente pensara que esos pajaritos no tenían ningún valor. Pero ¿cómo los veía el Creador? Jesús dijo que “Dios no se olvida de ninguno de ellos”, ni siquiera del que salía gratis (Lucas 12:6, 7). ¿Vemos la lección? Si un pajarito es tan valioso para Jehová, ¡con más razón lo somos nosotros! Como explicó Jesús, Dios conoce hasta el más mínimo detalle sobre nosotros. ¡Hasta sabe cuántos cabellos tenemos!

 

 ¿Contar nuestros cabellos? Tal vez algunos piensen que Jesús exageraba. Pero piense en la resurrección. Para que Jehová haga que cada uno de nosotros vuelva a ser exactamente igual, ¡qué bien debe conocernos! Valemos tanto para él que lo recuerda todo sobre nosotros. Por ejemplo, conoce nuestro código genético y nuestros recuerdos, y sabe todo lo que nos ha pasado a lo largo de los años. Contar los cabellos de una persona —unos 100.000 en promedio— no es nada en comparación con esto.

En segundo lugar, la Biblia nos enseña lo que Jehová valora de sus siervos. Nuestras cualidades y los esfuerzos que hacemos por servirle lo hacen feliz. El rey David le dijo a su hijo Salomón: “Jehová examina todos los corazones y ve todas las intenciones y pensamientos” (1 Crónicas 28:9). Así que Jehová está buscando algo bueno en los miles de millones de corazones que hay en este mundo lleno de odio y violencia. ¡Qué feliz debe sentirse cuando encuentra un corazón que ama la paz, la justicia y la verdad! ¿Y qué hace Jehová cuando ve que alguien lo ama y quiere saber más cosas de él y contárselas a otros? Él mismo nos dice que se fija en especial en quienes hablan de él con otros. ¡Hasta hay “un libro para recordar a los que temen a Jehová y a los que meditan en su nombre”! (Malaquías 3:16). Él valora muchísimo todo esto.

 Jehová valora mucho nuestras buenas obras. ¿Cuáles son algunas de ellas? Pues bien, él espera que nos esforcemos por seguir los pasos de su Hijo, Jesucristo (1 Pedro 2:21). Por eso una de las obras que Dios valora es predicar las buenas noticias del Reino. En Romanos 10:15 leemos: “¡Qué hermosos son los pies de los que declaran buenas noticias de cosas buenas!”. Por lo general, los pies no son lo más “hermoso” que tenemos. Pero, en este versículo, representan los esfuerzos que hacemos los siervos de Dios para predicar las buenas noticias. A Jehová le encanta ver esos esfuerzos y valen mucho para él (Mateo 24:14; 28:19, 20).

 Jehová también valora nuestro aguante (Mateo 24:13). Recuerde que Satanás quiere que usted le dé la espalda a Dios. Así que cada día que le es leal a Jehová es un día más en que contribuye a responder a los desafíos del Diablo (Proverbios 27:11). Claro, a veces es difícil aguantar. Si tenemos problemas de salud, económicos, emocionales o de otro tipo, cada día puede convertirse en una prueba. Además, si nuestras expectativas tardan en cumplirse, podríamos desanimarnos (Proverbios 13:12). Jehová valora mucho que, a pesar de todo esto, le sigamos sirviendo con aguante. Por eso, con total seguridad, el rey David le pidió que recogiera sus lágrimas en un odre y le dijo: “¿Acaso no están anotadas en tu libro?” (Salmo 56:8). Jehová ve nuestras lágrimas y todo lo que sufrimos por serle leales. Él recuerda todo esto con cariño y lo valora muchísimo.

 Pero, a pesar de saber todo esto, tal vez sigamos sintiendo que no merecemos que Dios nos ame. Quizá no dejemos de decirnos: “Hay tantos hermanos que son mejores que yo... ¡Qué decepcionado debe estar Jehová cuando me compara con ellos!”. Pero él no nos compara con nadie ni espera de nosotros más de lo que podemos hacer (Gálatas 6:4). Cuando Jehová mira en nuestro corazón, valora todo lo bueno que encuentra en él, por pequeño que parezca.

 

 En tercer lugar, cuando Jehová mira en nuestro corazón, separa con cuidado lo que encuentra para sacar lo bueno. Por ejemplo, en la época del rey Jeroboán, dijo que acabaría con la dinastía apóstata de este rey. Ahora bien, decidió que uno de sus hijos, Abías, tuviera un entierro digno. ¿Por qué? Jehová, el Dios de Israel, había “encontrado algo bueno” en él (1 Reyes 14:1, 10-13). Jehová fue separando todo lo que vio en el corazón del muchacho y encontró “algo bueno”. Por insignificante que fuera aquello que encontró, él se encargó de que este dato se incluyera en su Palabra. Y hasta le mostró misericordia dándole un entierro digno, aunque venía de una familia apóstata.

El caso del rey Jehosafat nos enseña más claramente que Jehová busca lo bueno en las personas. Cuando el rey cometió un grave error, un profeta de Dios le dijo: “Jehová está indignado contigo”. ¡Qué mensaje tan fuerte! Pero también le dijo esto: “Sin embargo, se han hallado cosas buenas en ti” (2 Crónicas 19:1-3). Así que, aunque Jehová tenía buenas razones para estar muy enojado con Jehosafat, seguía viendo lo bueno que había en él. ¡Qué diferentes somos nosotros! Cuando alguien nos hace enojar, tal vez no veamos sus cosas buenas. Y, cuando nosotros cometemos un pecado, puede que la decepción, la vergüenza y la culpa no nos dejen ver nuestras cosas buenas. Pero tengamos presente que, si nos arrepentimos y nos esforzamos por no volver a caer en lo mismo, Jehová nos perdona.

Al ir buscando lo bueno que hay en nosotros, Jehová es como un buscador de oro, que desecha las piedritas y se queda con las valiosas pepitas de oro. Del mismo modo, Dios desecha nuestros pecados y se queda con nuestras buenas obras y cualidades. Pensemos en otro ejemplo. ¿Se ha fijado en el cariño con el que los padres guardan los dibujos o trabajos escolares de sus niños? Décadas después, cuando los hijos ya ni se acuerdan de esas cosas, los padres todavía las guardan. Pues Jehová es el Padre más cariñoso que hay. Mientras le seamos fieles, nunca olvidará nuestras buenas obras y cualidades. Para él sería una injusticia olvidarlas, y él no es injusto (Hebreos 6:10). Pero la búsqueda que Jehová hace en nuestro corazón no termina ahí.

 Jehová ve más allá de nuestras imperfecciones y se centra en lo que podemos llegar a ser. Por ejemplo, quienes aman el arte son capaces de lo que sea con tal de restaurar una obra de arte dañada. En un museo de Londres (la National Gallery) había una obra maestra de Leonardo da Vinci, un dibujo de 500 años de antigüedad valorado en unos 30 millones de dólares. Un día, alguien le disparó, pero nadie pensó en tirarla porque hubiera sufrido daños. Más bien, se pusieron a restaurarla de inmediato. ¿Por qué? Por su valor para quienes aman el arte. Pero ¿verdad que usted vale más que cualquier dibujo? Aunque la imperfección nos haya causado tantos daños, Dios nos sigue valorando muchísimo (Salmo 72:12-14). Jehová, el artista que nos creó, restaurará a todos los que correspondan a su amor para que alcancen la perfección (Hechos 3:21; Romanos 8:20-22).

Todos tenemos cualidades que quizá nosotros no veamos; pero Jehová sí las ve. A medida que sigamos sirviéndole, potenciará todo lo bueno que hay en nosotros hasta que alcancemos la perfección. Por muy mal que nos haya tratado el mundo de Satanás, para Jehová siempre seremos muy valiosos (Ageo 2:7).

En cuarto lugar, todo lo que Jehová hace por nosotros demuestra que nos ama. Piense en esto: el Diablo afirmó que no valemos nada ni merecemos ser amados; pero el sacrificio de Jesús es la mayor prueba de que eso es mentira. Que esto se nos quede bien grabado: el dolor de Jesús en el madero de tormento y el dolor aún mayor que sintió Jehová al ver morir a su querido Hijo son prueba de que los dos nos aman muchísimo. Es triste decirlo, pero muchos sienten que no merecen el rescate, y por eso les cuesta verlo como un regalo personal. ¿Qué puede ayudarles? Recordar el caso del apóstol Pablo. Antes de hacerse cristiano era un perseguidor. Aun así, él escribió: “El Hijo de Dios [...] me amó y se entregó por mí” (Gálatas 1:13; 2:20).

 Jehová nos ayuda individualmente a beneficiarnos del regalo del rescate, y así también nos demuestra su amor. Jesús dijo: “Nadie puede venir a mí a menos que el Padre, que me envió, lo traiga” (Juan 6:44). Jehová mismo nos acerca —o nos atrae— a su Hijo y nos ofrece la esperanza de vida eterna. ¿Cómo? Llegando a cada persona mediante la predicación. Además, usa su espíritu santo para que, a pesar de la imperfección, podamos entender y aplicar lo que nos enseña la Biblia. Jehová nos dice lo mismo que le dijo a su pueblo Israel: “Te he amado con un amor eterno. Por eso te atraje a mí con amor leal” (Jeremías 31:3).

 Tal vez la forma más personal e íntima en que Jehová nos demuestra su amor es al concedernos el honor de orarle. En 1 Tesalonicenses 5:17 se nos hace esta invitación: “Oren constantemente”. Él nos presta atención, y la Biblia hasta se refiere a él como “el que escucha las oraciones” (Salmo 65:2). No ha delegado esta función en nadie, ni siquiera en su Hijo. Piénselo: el Creador del universo nos invita a acercarnos a él en oración con total libertad y confianza. ¿Y con qué actitud nos escucha? ¿Con frialdad, indiferencia o falta de interés? ¡No, para nada!

 Jehová nos escucha con empatía. ¿Y qué es la empatía? Un cristiano de edad avanzada la definió así: “Es sentir tu dolor en mi corazón”. Pero ¿puede sentir Dios nuestro dolor? Isaías 63:9 dice cómo se sintió al ver sufrir a su pueblo Israel: “Durante todas sus angustias, él también estuvo angustiado”. Así que Jehová no solo vio que estaban angustiados, sino que sintió la angustia de ellos. Él mismo expresó lo intensos que son sus sentimientos cuando les dijo a sus siervos: “Quien los toca a ustedes toca la niña de mis ojos” (Zacarías 2:8). Cuando a uno le meten el dedo en el ojo, ¿verdad que es una sensación muy dolorosa? Pues algo así siente Jehová. Sufre cuando sufrimos.

 Claro, tenemos que mostrar equilibrio y no pensar que el amor de Jehová nos da derecho a sentirnos superiores o a volvernos egocéntricos. El apóstol Pablo escribió: “Por la bondad inmerecida que se me ha mostrado, le digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar, sino que piense de un modo que demuestre buen juicio, según la medida de fe que Dios le haya dado” (Romanos 12:3). Otra traducción bíblica lo dice así: “Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación” (Nueva Versión Internacional). Por eso, disfrutemos del cariño de nuestro Padre celestial, pero al mismo tiempo recordemos que su amor no es algo que nos hayamos ganado o nos merezcamos (Lucas 17:10).

 Hagamos todo lo posible por rechazar las mentiras de Satanás, como por ejemplo la idea de que no valemos nada y no merecemos que nos quieran. Quizás lo que le ha pasado en la vida le ha hecho creer que usted es tan mala persona que no merece que Dios lo ame. O tal vez piense que sus buenas acciones son tan insignificantes que ni siquiera el Dios que todo lo ve puede tomarlas en cuenta. O hasta puede que se imagine que sus pecados son tan graves que ni siquiera la muerte del Hijo de Dios puede cubrirlos. Pero ¡cuidado! No se deje engañar por las mentiras de Satanás. Más bien, luche por convencerse de lo mismo que Pablo. Él dijo por inspiración: “Estoy convencido de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni gobiernos, ni cosas presentes ni cosas futuras, ni poderes, ni altura ni profundidad, ni ninguna otra creación podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús nuestro Señor” (Romanos 8:38, 39).

Cuando Juan envejeció, debió entender muchos detalles sobre la magnanimidad de Dios. Recordemos que escribió: “Dios es mayor que nuestro corazón y conoce todas las cosas”. Además, nos animó a ‘asegurar nuestro corazón’. ¿Qué quiso decir con esas palabras?

Según el Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento, de Vine, el verbo griego πείθω, peizo, traducido ‘asegurar’ significa “aplicar persuasión, prevalecer sobre o ganarse a, persuadir”. En otras palabras, para asegurar nuestro corazón, hemos de ganárnoslo, persuadirlo de que crea que Jehová nos ama. ¿Cómo?

Cierto,  la oración, la lectura de la Biblia y la meditación tal vez no cambien nuestra situación actual, pero pueden modificar el modo de verla. Grabar en el corazón ideas de la Palabra de Dios nos ayuda a pensar como Él. Además, gracias al estudio entendemos mejor la magnanimidad de Dios. Llegamos a aceptar poco a poco que Jehová no nos culpa del ambiente que vivimos en la niñez ni de nuestras dolencias. Sabe que las cargas que muchos llevamos, sean emocionales o físicas, por lo general no son culpa nuestra, y lo tiene amorosamente en cuenta.

Juan después pasa a señalar la seguridad de que somos hijos de Jehová. (1 Juan 3:19-24.) “Conoceremos que nos originamos de la verdad” y que no somos víctimas del engaño de los apóstatas “en esto”: en el hecho de que desplegamos amor fraternal. Así “aseguraremos nuestro corazón” delante de Dios. (Salmo 119:11.) Si nuestro corazón nos condena, quizás porque nos parece que no hemos mostrado suficiente amor a nuestros compañeros de adoración, recuerde que “Dios es mayor que nuestro corazón y conoce todas las cosas”. Él es misericordioso porque está al tanto de nuestro “cariño fraternal sin hipocresía”, de nuestra lucha contra el pecado y de nuestros esfuerzos por vivir de una manera que le agrade. (1 Pedro 1:22; Salmo 103:10-14.) “Si nuestro corazón no nos condena” debido a que hay hechos que prueban nuestro amor fraternal, y no somos culpables de pecados ocultos, “tenemos franqueza de expresión para con Dios” cuando le oramos. (Salmo 19:12.) Él contesta nuestras oraciones “porque estamos observando sus mandamientos y estamos haciendo las cosas que son gratas a sus ojos”.

 Si esperamos recibir respuestas a nuestras oraciones, tenemos que guardar el “mandamiento” de Dios, el cual implica estos dos requisitos: 1) Tener fe en el “nombre” de Jesús, aceptar el rescate y reconocer su autoridad dada por Dios. (Filipenses 2:9-11.) 2) ‘Amarnos los unos a los otros’ así como Jesús mandó. (Juan 15:12, 17.) Indudablemente cualquiera que tenga fe en el nombre de Cristo debe amar a todos los que ejercen la misma fe.

 La persona que observa los mandamientos de Dios “permanece en unión con él”, en unidad con Jehová. (Compárese con Juan 17:20, 21.) Pero ¿cómo “adquirimos el conocimiento” de que Dios ‘permanece en unión con nosotros’? Lo adquirimos “debido al espíritu [santo] que nos dio”. El poseer el espíritu santo de Dios y la capacidad de desplegar su fruto, que incluye el amor fraternal, prueba que estamos en unión con Jehová. (Gálatas 5:22, 23.)

A veces, nuestro corazón imperfecto puede engañarnos y hacernos sentir que no servimos para nada o que no merecemos que nos quieran ( 1 Juan 3:19, 20). Por eso, tal vez lleguemos a pensar que el sacrificio de Jesús no puede cubrir nuestros pecados. Cuando nos sintamos así, recordemos que “Dios es más grande que nuestro corazón”. Aunque sintamos que nuestro Padre celestial no nos ama ni nos perdona, la realidad es que sí nos ama y sí nos perdona. Tenemos que convencer a nuestro corazón para que lo acepte. Para lograrlo, tenemos que estudiar su Palabra todos los días, orar con frecuencia y pasar tiempo con los hermanos de manera regular. Veamos por qué son tan importantes estas tres cosas.

 Estudiar la Palabra de Dios todos los días. Si lo hacemos, conoceremos cada vez mejor la hermosa personalidad de Jehová y nos daremos cuenta de lo mucho que nos quiere. Meditar cada día en la Biblia nos ayudará a pensar con más claridad y “rectificar las cosas” en nuestra mente y nuestro corazón (2 Tim. 3:16). Un anciano llamado Kevin, que luchaba con su baja autoestima, dice: “Leer el Salmo 103 y meditar en él me ha ayudado a ver las cosas como son y a entender lo que Jehová piensa de mí en realidad”. Eva, mencionada en el párrafo 5, explica: “Al terminar el día, dedico un ratito a meditar tranquilamente en cómo ve Jehová las cosas. Eso le da paz a mi corazón y fortalece mi fe”.

 Orar con frecuencia (1 Tes. 5:17). Las buenas amistades se basan en la comunicación sincera y frecuente, y esto también es cierto en el caso de Jehová. Cuando le contamos lo que sentimos, lo que pensamos y lo que nos preocupa, le demostramos que confiamos en él y que sabemos que nos ama (Sal. 94:17-19; 1 Juan 5:14, 15). Yua, mencionada en el segundo párrafo, cuenta: “Cuando oro, trato de no limitarme a contarle a Jehová lo que he hecho ese día. Le abro mi corazón y le cuento todo lo que siento. En vez de ver a Jehová como el presidente de una compañía, poco a poco he aprendido a verlo como un padre que de veras ama a sus hijos”. (Vea el recuadro “¿Lo ha leído?”).

Pasar tiempo con nuestros hermanos. Ellos son un regalo de Jehová (Sant. 1:17). Nuestro Padre celestial demuestra que se interesa por cada uno de nosotros al suministrarnos una familia espiritual de hermanos que nos “ama en todo momento” (Prov. 17:17). En su carta a los colosenses, Pablo mencionó a ciertos cristianos que lo habían ayudado y dijo que se habían “convertido en una fuente de gran consuelo” para él (Col. 4:10, 11). El propio Jesucristo necesitó y agradeció el apoyo que recibió de sus amigos, tanto ángeles como seres humanos (Luc. 22:28, 43).

 ¿Buscamos y aceptamos la ayuda de nuestros hermanos de la congregación? Contarle a un hermano maduro lo que nos preocupa no es una señal de debilidad; de hecho, puede ser una protección. Pensemos en lo que dice James, mencionado en el párrafo 5: “Tener buenas amistades con cristianos maduros ha sido para mí un salvavidas. Cuando me invaden los sentimientos negativos, esos queridos amigos me escuchan con paciencia y me recuerdan que me quieren. Mediante ellos percibo que Jehová me ama y se preocupa por mí”. ¡Qué importante es que tengamos buenos amigos en la congregación!

Sabemos que “nos originamos de la verdad” porque amamos a nuestros hermanos y no practicamos el pecado (Salmo 119:11). Si nuestro corazón nos condena por alguna razón, recordemos que “Dios es mayor que nuestro corazón y conoce todas las cosas”. Él sabe que mostramos “cariño fraternal sin hipocresía”, que luchamos contra el pecado y que nos esforzamos por hacer su voluntad, y por eso tiene misericordia de nosotros (1 Pedro 1:22). Si además de manifestar amor fraternal y no practicar deliberadamente el pecado, confiamos en Jehová, nuestro corazón no nos condenará. Así, tendremos “franqueza de expresión” cuando le oremos a Dios. Y él, por su parte, nos contestará porque observamos sus mandamientos.

El apóstol Juan muestra que el amor de Dios se hace perfecto en los cristianos que permanecen en unión con Él, observan la palabra de su Hijo y se aman unos a otros. (1Jn 2:5; 4:11-18.) Este amor perfecto echa fuera el temor y concede “franqueza de expresión”. El contexto muestra que Juan se refiere en este pasaje a la “franqueza de expresión para con Dios”, franqueza que habría de tenerse, por ejemplo, al orar. (1Jn 3:19-22; compárese con Heb 4:16; 10:19-22.) La persona en la que el amor de Dios alcanza una expresión plena, puede acercarse a su Padre celestial confiado, sin sentirse condenado en su corazón como si fuera un hipócrita o estuviera desaprobado. Sabe que observa los mandamientos de Dios y hace lo que le agrada a su Padre, por lo que se siente libre tanto para expresarse como para hacer sus peticiones a Jehová. No se siente como si Dios le restringiera el privilegio de lo que puede decir o pedir. (Compárese con Nú 12:10-15; Job 40:1-5; Lam 3:40-44; 1Pe 3:7.) Tampoco se inhibe por temores mórbidos ni se encamina al “día del juicio” con remordimientos de conciencia o algo que ocultar. (Compárese con Heb 10:27, 31.) Al contrario, igual que un niño que no teme pedir algo a sus amorosos padres, el cristiano en quien el amor está plenamente desarrollado se siente seguro de que “no importa qué sea lo que pidamos conforme a su voluntad, él nos oye. Además, si sabemos que nos oye respecto a cualquier cosa que estemos pidiendo, sabemos que hemos de tener las cosas pedidas porque se las hemos pedido a él”. (1Jn 5:14, 15.)

Sin embargo, este ‘amor perfecto’ no echa fuera todo temor. No elimina el temor reverencial y filial a Dios, que nace de un profundo respeto por la posición que Él ocupa, su poder y su justicia. (Sl 111:9, 10; Heb 11:7.) Tampoco suprime el temor normal, gracias al cual una persona puede evitar el peligro y proteger su vida, ni el temor causado por un peligro repentino. (Compárese con 1Sa 21:10-15; 2Co 11:32, 33; Job 37:1-5; Hab 3:16, 18.)

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